domingo, 3 de agosto de 2014

Esto no es un ensayo (O notas para un inútil debate sobre literatura académica vs no académica cuando se escribe de violencia)

Elisa Godínez

Desde hace cinco años hago una investigación sobre linchamientos en México en tiempos recientes. La investigación es hecha dentro de un marco académico y específicamente desde el campo de la antropología, sin embargo, nunca he creído realmente en ni promovido las divisiones tajantes entre la academia y todo lo demás. Supongo, desde el rincón más candoroso que tiene alguien que todavía cree en los procesos de generación (¿debería decir mera reproducción, porque en términos de cultura y conocimiento nunca hay nada enteramente original ni individual?) y diálogo de saberes, que es natural y justificado mi interés por todo el material relacionado, directa o indirectamente, con el tema que investigo, desde los textos más específicamente antropológicos hasta casi cualquier texto sobre violencia, representación(es) de la violencia, etcétera, sean éstos académicos o literarios (una separación que es más artificial que real). Es verdad que me centro especialmente en literatura académica, pero no me circunscribo a ella, puesto que es obligatorio (y a veces hasta placentero, mientras que otras tantas un poco decepcionante) tener que acercarme a trabajos “no académicos” sobre los temas que analizo. Entiéndase así quién soy y a qué me dedico, un poco para poner en contexto mi lugar de enunciación.
Fue así que me topé con un ensayo sobre fotografía y violencia o, como dice en la contraportada, sobre la fotografía como acto violento y, específicamente, sobre la violencia del retrato involuntario, como lo llama su autora, Marina Azahua, es decir, de la fotografía tomada sin consentimiento de quien es fotografiado. En la librería pedí por favor que me dejaran quitarle el odioso celofán con el que desde hace años protegen los libros para poder mirar el índice, darle una ojeada rápida y ver si valía la pena adquirirlo. Para mi sorpresa, encontré un capítulo dedicado a linchamientos, lo cual me hizo comprarlo ya sin revisar mucho más, es decir, porque me convenció –y agradó- que se incluyera el linchamiento como un ejemplo relevante para discutir la relación entre fotografía y violencia.
En el momento que escribo esto todavía no he terminado de leer Retrato involuntario, he de aclarar. También debo decir que no pretendo hacer una crítica ni del contenido general del trabajo ni del estilo en sí y no por tibia, como lo dijeron por ahí, sino porque hablaré y cuestionaré desde mi lugar hoy, que es, fundamentalmente, el de alguien que hace una investigación sobre violencia, que no es crítica literaria, ni pretende hacer una crítica cultural de largo alcance al ensayo como género sino tan sólo expresar inquietudes y exponer mi posición con respecto a la narración de las violencias, algo que actualmente, lejos de ser una moda, es una necesidad.
           Comencé a leer el ensayo de forma ordenada, es decir, desde el principio, a pesar de que bien podría haber ido directamente al apartado sobre linchamiento. Sin embargo, siempre estimo importante leer los prefacios donde puedo encontrar algunas consideraciones generales, explicaciones o justificaciones de la obra, así que empecé en orden desde la primera página. Como ya dije, hace algunos años realizo una investigación sobre linchamientos y a pesar de la premura y de las necesidades específicas de mi indagación, no escatimo en acercarme a todo el material que hable de, mencione o haga referencias de linchamientos, así como tampoco escatimo el campo desde el cual se haya escrito este material, es decir, no excluyo trabajos que no sean “académicos” en principio por un asunto de elemental respeto y desprejuicio: no son las credenciales académicas las que garantizan la calidad de los trabajos y la investigación. Cuando empecé a leer, y en el entendido de que es un ensayo (con toda la libertad, flexibilidad, con opiniones más o menos sólidas y naturalmente con tono literario), noté que mientras iba avanzando en la primera parte, mi propia avidez me estaba orillando a encontrar los asideros de varias de las aseveraciones que la autora maneja, en parte por mi propia dinámica de interpretación o traducción de lo que leo y en parte porque, para bien o para mal, estoy familiarizada los aspectos generales del tema de la violencia, más que del de la fotografía, he de precisar. A pesar de sentir esa primera carencia (en función de mis propias necesidades), continué con la lectura. El segundo apartado, Souvenir del linchamiento, -que ya dije, fue prácticamente el que me hizo adquirir el libro- lo leí agudamente. Mea culpa.
      El linchamiento es un tipo de violencia colectiva que, en principio, tiene una forma o estructura general independientemente del lugar y el momento en el que ocurra, aunque considerado como un proceso, las causas y contextos son claramente diversos: no es lo mismo un linchamiento ocurrido en el siglo XIX en el sur de Estados Unidos a un linchamiento que suceda en Bolivia en pleno siglo XXI. Es decir, que como todos sabemos, un linchamiento es cuando una multitud ataca físicamente a uno o pocos individuos bajo la excusa de ejercer justicia por mano propia, o sea, la intención es castigar una falta real o supuestamente cometida y ejercer justicia por mano propia, aunque los contextos y actores colectivos involucrados tenga características completamente diferentes. El linchamiento es un fenómeno que ocurre desde hace siglos y que ha estado presente en muchas latitudes, ya sea como un suceso extraordinario o como una práctica más o menos cotidiana y aceptada, tal como sucedió en Estados Unidos especialmente a lo largo del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX como una forma de intolerancia y racismo en contra de la población afrodescendiente. En este sentido, los linchamientos sucedidos en Estados Unidos son emblemáticos, en primer lugar porque la manera de nombrar esta forma particular de violencia colectiva desde entonces se origina ahí (la Lynch Law, instituida por William Lynch en las primeras décadas del siglo XIX, consistente en un castigo sumario, en principio no letal y no específicamente racista, en contra de algún sospechoso, acusado o sentenciado cometido por una turba –mob- sin que medie un proceso legal o autoridad), y en seguida por su duración (mucho más de un siglo) y su evolución histórica como una práctica de ejecución extrajudicial abiertamente racista y enfocada hacia la población negra pero también en contra de otras minorías étnicas. De modo que es comprensible considerar que los linchamientos por antonomasia son aquellos ocurridos en Estados Unidos aunque, como mencioné, este tipo de violencia también exista –e incluso actualmente de manera importante- en otros países y por razones no exclusivamente racistas.
    La autora comienza esta parte del ensayo haciendo una descripción-ficción de casos emblemáticos de linchamientos ocurridos precisamente en Estados Unidos a partir de las fotografías que subsistieron, destacando el hecho de que efectivamente estas imágenes fueron utilizadas como “recuerdos” (souvenirs) de las ejecuciones, como memorabilia de la violencia tumultuaria. No tengo objeción alguna con el contenido ni las opiniones de la autora y me parece acertada la manera de abordar el tema, utilizando esta descripción para crear un efecto emocional intenso y colocar la mirada justo en las víctimas de esta atrocidad. Lo que me complica está más bien relacionado con los aspectos éticos acerca del uso de material previamente recopilado con suficiente esfuerzo por otros, así como las implicaciones también éticas de narrar la violencia, en particular si no es en tono de ficción. Voy a explicar esto de escribir sobre violencia más adelante, pero antes debo comentar que mientras reflexionaba todo esto, escribí un tuit donde expresé mi desconcierto con la lectura de este trabajo diciendo que no entendía por qué era bien visto que se pudiera citar sin dar la referencia exacta. Mi preocupación no era el prurito por la cita con comillas en un afán académica o formalistamente obsesivo, no obstante eso fue lo que se (mal) entendió, a juzgar por las respuestas que ese tuit mereció. Dije, sí, que me había lastimado que no se nombrara a quienes habrían hecho una investigación (léase la recopilación de esas fotografías y máxime cuando revisé la bibliografía y hallé que la autora había consultado especialmente un trabajo muy relevante al respecto) porque era una falta de respeto al trabajo de otros y porque la investigación (sea en el ámbito académico o fuera de él) es un trabajo, como cualquier otro.
        Sin entrar en detalles de todas las respuestas que tuvo lo que dije, en general lo que se me reclamó fue la falta de idea sobre lo que es un ensayo “no académico” o “lírico”, señalando especialmente que la característica de un ensayo es la libertad y la prerrogativa del autor de dar o no crédito a otros trabajos. En particular se asumió que mi pretensión era como policiaca porque, supuestamente, yo estaría buscando algo así como los errores o las faltas a la hora de (no) citar las referencias. Me explicaron también que no debía confundir los hábitos y formas académicas con el formato y el estilo de un ensayo. De manera indirecta, igualmente se apeló a asuntos de autoría, plagio y copyright como si yo estuviese defendiendo el lado conservador, mercantilista, egocéntrico y decrépito de la producción, distribución y consumo de bienes culturales. Es probable que yo haya interpretado mal las respuestas, pero en resumidas cuentas eso es lo que entendí y que dicho sea de paso no me ofende para nada, aunque me parece más bien que hay un prejuicio grande y que generaliza injustamente a todos los que estamos investigando desde ámbitos académicos como si fuésemos todos inflexibles y torpes con respecto a estos menesteres.
        Ahora, amén de insistir en que la discusión para mí no es entre la artificial separación entre un ensayo académico y otro no académico, me interesa reflexionar algunas cosas tanto sobre la escritura, la autoría y las formas e implicaciones de escribir y representar la violencia.
      En primer lugar, la escritura que busca hacer descripciones o representaciones culturares, sea desde el ámbito académico o fuera de éste, generalmente se inscribe dentro de disputas de poder en distintos marcos institucionales, entendidos como los ámbitos que acogen, sancionan, apoyan, publican, financian y consumen aquello que se escribe. Me parece que hablar sobre violencia y hacer representaciones de ella entra dentro de este gran conjunto especialmente si, como pareciera obvio, tenemos una posición crítica ante ello, si justo lo hacemos como una forma de denuncia, oposición, análisis, etcétera. Pero en el improbable caso de que la posición de alguien fuese neutral (cosa más bien imposible porque la neutralidad es también una posición ideológica, contrario a lo que comúnmente se supone), es obvio que quien escribe para hacer representaciones culturales aspira a tener interlocutores, a ser leído por otros y, por tanto, también está sujeto a estas disputas de poder.
     En este sentido, para mí el tema no es la separación entre géneros académico y literario porque en cuanto a la escritura de descripciones culturales, ambos están igualmente circunscritos dentro de procesos históricos y también lingüísticos y eso importa mucho más que el espacio formal desde donde se escribe. Ambos géneros se pueden intercalar y más aún se pueden influir el uno a otro, nos guste o no, y en esa mezcla, escribir descripciones culturales implica una permanente experimentación más que una división tajante y anquilosada. Al menos esto ocurre y está absolutamente admitido desde hace ya mucho tiempo en el campo antropológico. Creo que el dilema nada tiene que ver con las formas ni con los estatutos de cada género, sino con los temas, las intenciones y en última instancia con la dimensión ética implícita en el ejercicio de escribir sobre representaciones culturales.
   Sabemos que no existen representaciones culturales transparentes, que éstas tienen un cierto grado de invención aún en el ámbito académico y eso la antropología lo sabe bien, como también hace tiempo sabe que no existe la autoría incuestionable. Todo trabajo que transite en los caminos de la descripción y la exposición de ¿aspectos, problemas? de la “realidad” social, cultural, política, etc. (o todo eso revuelto) sin la intención de hacer ficción (es decir, que no es una obra exclusivamente imaginaria o algo así), planteará siempre una verdad parcial o relativa pero eso no significa que no aspire a presentar un cuadro veraz o por lo menos fiel al propio horizonte de verdad y ética de su autor. Este tipo de trabajos (no importa desde qué ámbito se hagan) supone la descripción de procesos culturales más que sólo momentos o imágenes a partir de un diálogo entre disciplinas (entre ciencia y arte, por ejemplo), porque todos sabemos que la cultura no es un objeto sino justamente un proceso colectivo.
        De modo que escribir sobre representaciones culturales es más que un acto literario, es más que escribir bien o desarrollar un estilo propio: al hacerlo se altera la forma de mostrar los fenómenos, es decir, se puede hacerlo en función de los intereses de quien escribe (independientemente del estatus supuestamente superior que tenga un estético escrito literario por encima de un aburrido y vulgar escrito académico o científico). Suena obvio y nada sorprendente, pero si pensamos en la posibilidad que se tiene disolver hechos, desaparecer nombres o minimizar atrocidades las cosas toman otro cariz. Y justamente volviendo al ensayo de Azahua, me parece que la autora sabe bien esto último porque es, según entiendo, el leitmotiv de su obra: mostrar el rostro y darle voz a los involuntariamente retratados. Más allá de la vocación literaria o no de un ensayo, como ya he dicho, se escribe desde un contexto y apelando explícita o implícitamente a una posición política porque la autoría es al mismo tiempo autoridad para representar realidades culturales con todo y las inequidades y disputas existentes. Más aún si el ensayo habla sobre temas que afectan de manera tan profunda a mucha gente, como lo es la violencia.
       Lo que observé en la parte sobre linchamientos en el trabajo de Azahua es que por un lado, hubiera sido muy útil incluir –en el texto- las imágenes que está describiendo, sobre todo si consideramos que es un trabajo de fotografía. También me hubiera gustado, como ya dije, hallar en el texto o aunque fuese en un pie de página algo más sobre el proyecto Without Sanctuary[1] que es de donde, según la bibliografía incluida al final del texto, es de donde la autora obtuvo las fotos que describe. Este proyecto, además de tener una página web que aloja la recopilación de fotografías históricas de linchamientos hecha por James Allen durante más de 25 años y a partir de la cual se generó también un libro y una película. Como vemos, este trabajo no es un compendio cualquiera, sino que hay mucho tiempo y mucho esfuerzo detrás, igual que lo hay en varias obras –tanto líricas como académicas- sobre un tema tan sensible para millones de personas descendientes de población africana llegada a Estados Unidos en calidad de esclavos y sometida por siglos a un amplísimo repertorio de violencias. Tan sólo por mencionar un detalle: uno de los autores de los textos del libro, Hilton Als, es un escritor y crítico de teatro que escribe en la prestigiosa revista The New Yorker y, como era de suponerse, es negro. Omitir mencionar esto no parece algo grave, pero no es precisamente lo que se espera de un texto que pretende mostrar el rostro y dar voz a las víctimas. Y que quede claro que esta inquietud no es un tema de comillas, ni de autorías en sentido de reforzar una posición anacrónica y burguesa, sino de elemental congruencia: quienes hicieron este proyecto son personas cuyo pasado, cuya historia está directa o indirectamente ligada a esas atrocidades, es decir, son también, en algún grado, víctimas que merecerían una mención más allá de la bibliografía.
   Cuando escribimos para representar culturalmente también traducimos realidades y verdades, que nunca son totales, que son precisamente construidas a partir de un complejo proceso lingüístico y de poder donde tocamos (modificamos, removemos, transfiguramos, exaltamos, sometemos, etcétera) a los sujetos que protagonizan esas representaciones. Lo más tristemente común es que estas personas nunca lo sepan, nunca se enteren de qué manera en que fueron retratados, la manera en la que fueron traducidos, la manera en la que su voz, su trabajo, su autoría, en última instancia, fue matizada, acomodada, domesticada. ¿Por qué sí estamos dispuestos a “dar crédito”, a “dar voz” a ciertos actores-productores-creadores y a otros no tanto o, en todo caso y por disparatado que suene, por qué cuando se cuestiona la defensa de la autoría todavía se firma un ensayo? ¿Señalar o cuestionar las omisiones de las referencias de los trabajos usados para escribir un ensayo implica defender una idea caduca y burguesa de autor-autoría o es apelar al reconocimiento y defensa del trabajo colectivo? En la antropología sabemos bien que esta idea del ambicioso científico social que no devuelve nada a cambio de todo lo que obtiene de sus sujetos investigados es algo éticamente reprobable y algo que por fortuna está siendo desplazado por los trabajos hechos por quienes tradicionalmente eran los sujetos investigados, por todos esos otros sin nombre, sin voz y sin rostro. La antropología hace tiempo que ya no puede hablar delos otros con autoridad automática, de esos otros “primitivos”, “no letrados” y “sin historia”, es decir, los discursos-la escritura y sus especificidades que no pueden omitirse: quién habla, quién escribe, cuándo y dónde lo hace, con quién y para quién, el contexto histórico y las relaciones de poder, pero más importante aún, que estos discursos-escritos están en disputa, se pueden confrontar y, en ese sentido, se asume que el diálogo y la interpelación no es una concesión sino una condición. La voz de los “informantes” (para mí un término odioso que ya debería haber sido desterrado de la antropología) ya no admite ser entrecomillada o parafraseada porque la relación tiene que ser dialógica y la autoría ya no puede ser monofónica.
       ¿Y qué tiene esto que ver con el ensayo en su variante literaria o lírica? Pues a ciencia cierta, no lo sé, aunque creo que de algún modo son asuntos que nos atañen a todos quienes escribimos sobre contenidos culturales en un sentido no ficticio y más para quienes nos dedicamos a temas tan delicados y dolorosos como la violencia. Pero lo que sí sé es que todas estas inquietudes no tenían que ver con un amor por las comillas o con una vocación perseguidora o censora del formato de los ensayos, sino con la reflexión acerca de la autoría y cómo no se trata de negarla sino precisamente de ampliarla, de reconocer la dimensión colectiva que tiene, de la necesidad de identificar los “nosotros” implícitos en ella, de reconocer las exclusiones y las ausencias y corregirlas. Otra vez, la cultura no es un objeto ni un cuerpo homogéneo de símbolos y significados sujetos a interpretaciones definitivas, sino un proceso temporal y emergente que siempre está en disputa, siempre está siendo cuestionada. La cultura constantemente construye otredades a partir de exclusiones específicas y así como discursos y prácticas y las representaciones culturales que escribimos no pueden no ser debatidas.
      También habría que discutir el perfil y el papel del lector, en última instancia. ¿Estamos pensando que nuestros lectores son nuestros cómplices y, en ese sentido, tienen que ser pasivos, que no se debe o es imposible establecer un diálogo con ellos? ¿Cuáles son las expectativas de quienes se acercan a leer un ensayo como Retrato involuntario, qué esperan hallar? En mi caso, yo me aproximé no sólo porque siempre tengo la esperanza no sólo de la posibilidad de conversar con el texto, sino también de encontrar referencias útiles. Probablemente mi error fue no llegar prejuiciada, sin que me determinara el hecho de esta artificial separación entre ensayo libre y ensayo académico. Especialmente decidí ser lectora por mi interés en el tema de la violencia que no sé si merezca o no un trato especial, pero que al menos a mí sí me obliga a pensar en qué nos importa cuando hablamos de violencia, para qué hablamos de ella, cuál es la necesidad o el interés. En ese sentido, y por ser alguien que trabaja el tema, retomo algunas de las cuestiones básicas planteadas en la introducción a la ya clásica antología sobre violencia compilada por Nancy Scheper-Hughes y Philippe Bourgois (que por cierto está incluida en la bibliografía de Retrato involuntario): ¿Se puede omitir o relativizar a quienes reportan o investigan sobre violencia?, ¿de qué modo se establece el compromiso ético y político a la hora de narrar la violencia? Cada quién sabrá responder a esto. Yo cerraré esta larga explicación con un fragmento de lo dicho por estos autores, que suscribo, y que resume mi posición al respecto:

“Anthropologists who make their living observing and recording the misery of the world have a special obligation to reflect critically on the impact of the brutal images of human suffering that they foist on the public…The texts and images we present to the world are often profoundly disturbing. When we report and write in an intimate way about scenes of violence, our readers have the right to react with anger and to ask just what we are after (afterall)? Indeed what do we want from our audience? To shock? To evoke pity? To create new forms of totalizing narrative through an ‘aesthetic’ of misery? What of the people whose suffering is being made into a public spectacle for the sake of the theoretical argument? …

Those for whom the representation of hunger, misery, and violence is central to their life’s work, need to continually resensitize their audiences as well as themselves to the state of emergency in which we live. To do so we must locate the proper distance from our subjects. Not so distant as to objectify their suffering, and not so close that we turn the sufferer into an object of pity, contempt, or public spectacle. We need to avoid aestheticization of misery as much as a discent into political rhetoric and polemics.

There is no appropriate distance to take from our subjects during torture, lynching, or rape. What kinds of participant-observation, what sort of eye-witnessing are adequate to scenes of genocide and its aftermath, or even to structural violence and genocide?”[2]




[2] Violence in War and Peace: An Anthology, eds. Nancy Scheper-Hughes and Philippe Bourgois. Malden: Blackwell Publishing, 2004. p. 26.

9 comentarios:

  1. Querida Elisa:

    leí con mucho interés tu post. A pesar de la rispidez con la que se inició la crítica (y luego la descalificación llana), creo que este tipo de debates son no sólo útiles sino necesarios, especialmente para quienes consideramos falaz la distinción entre prácticas y saberes, y peor su jerarquización. Por ello considero poco relevante comentar el desaguisado en torno de si el ensayo lírico o el académico son de tal o cual forma, sólo diré al respecto que quizá parte del problema en la distinción resultó de mi tuit sobre, justamente, el ensayo lírico y su ausencia de notas al pie —la distinción, pedestre, es de uso común—, mi comentario generalizante se debió a que no sabía qué tipo de ensayo estabas leyendo ni la naturaleza de tu incomodidad (que unos tuits después y en este post has aclarado). En fin, un falso problema (que como muchos falsos problemas, se ha vuelto ariete de lugares comunes.

    Espero que Marina lea tu post, y confío en que habra una disposición de dialogar en torno con el trabajo de fuentes y su lugar en la enunciación (algo que no tiene que ver con el género ni con las formas discursivas). Debo decir que cuando leí el libro no me llamó la atención lo que comentas, aunque estuve leyéndolo con una atención maníaca a la bibliografía; me llama la atención porque en el resto del libro Marina usa diversas estrategias artísticas para desmontar el anonimato y la invisibilidad de las víctimas y situarlos en un lugar privilegiado de la reflexión, tanto así que es difícil hacer la separación entre las reflexiones sobre la fotografía y sobre las violencias.

    Amén de comentar en otro momento y con mayor profundida otras cosas que suscita tu respuesta, creo relevante argumentar un punto en el que creo tengo algo que decir, aunque en tu texto es apenas un apunte. El que el libro no contenga fotografías es un elemento que no ha pasado desapercibido para quienes lo han comentado, en no pocas ocasiones se ha hecho énfasis en lo "novedoso" de que un libro de fotografía no las reproduzca, la propia Marina ha comentado en entrevistas y presentaciones que esto no es fortuito, que se debe a una voluntad de permitir que el lector tome la decisión de si busca o no las fotografías. Yo estoy entre quienes agradecen que el libro no las incluya, no tanto porque me quisiera evitar la violencia de ver las fotografías, sino porque me deja, como lector, si decido buscarlas, la necesidad de hacerlo después de una reflexión interna, "¿por qué quiero ver esta fotografía, qué agregaría el verla reproducida decenas de veces en el mosaico de resultados de google, qué mitigaría de la descripción y qué potenciaría?". En este sentido, me parece una resolución afortunada al problema de la inclusión de las víctimas en los discursos sobre la violencia. Si incluyera fotografías, la atención del volumen estaría más cerca del problema técnico de la representación y no tanto en los problemas éticos de la producción y reproducción de las imágenes; el que la autora se obligue a utilizar recursos retóricos diversos para trasladar las imágenes de modo certero pero no por ello neutro (o, como señalas, falsamente neutro) resume en buena parte la posición ética de la escritura ensayística (no ficción literaria) ante este tipo de fenómenos. Este uso ético de la ecfrasis como procedimiento estético/cognitivo me resulta uno de los elementos más logrados (y más relevantes) del ensayo.

    En fin, algunos comentarios sobre una discusión que sigue. Te abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querido Roberto:
      1. No sé si realmente sea un falso problema, si es que suscita tanta reacción. Lo que sí estoy convencida, y eso traté de explicar, es que la división entre académico-lírico (o libre) es más artificial que real.
      2. Reitero que yo me centré en específico en el apartado sobre linchamientos, porque ese es particularmente el tema que me apela. Sin embargo, estoy absolutamente convencida que la intención de Marina es precisamente darle voz a esos rostros anónimos a lo largo de su trabajo.
      3. Me parece que la decisión de no incluir las fotos es, faltaba más, absolutamente respetable, a pesar de que no sé si realmente el incluirlas realmente centraría o resaltaría el asunto técnico (yo, que no soy fotógrafa, me interesa ver la foto a la par que leo el texto porque siento que de otro modo -a mí, insisto- se interrumpe la reflexión y lo que me suscita. Es como cuando estás leyendo y no haces las notas al margen en el momento y luego se te olvidan. Será que yo tengo una mente muy volátil, o no sé.)
      Pero por lo demás, no puedo oponerme a que esa decisión suscite, como dices, el uso de recursos retóricos con mucho talento, como lo logra Marina.

      Disculpas por la tardanza para responder y un abrazo.

      Eliminar
  2. Elisa,

    Antes que nada, te agradezco tomarte el tiempo de escribir este post. Lo leí con mucho interés y atención, y agradezco tus comentarios. Creo que 140 caracteres no bastan para tomar una postura clara, y agradezco que llevaras tus argumentos a un espacio donde el diálogo sin prejuicios y calificativos es, al menos, más probable. Me parece muy irónico que la dinámica social tan particular de twitter parezca siempre construir la idea de polos opuestos, cuando generalmente trata temas poblados por gradientes de matiz. La discusión entre ensayo académico y lírico/literario a mí me interesa muchísimo, particularmente en tanto lo cercanas que pueden terminar estando las dos categorías, y no lo alejadas que puedan estar. Cada vez que se reactiva la discusión, yo me emociono, porque significa que se trata de un género que claramente se ha escapado todavía de los absolutos, cosa que me parece afortunada. Todos los demás temas que tocas son también de gran interés para mí: el papel del lector, la presencia o no de fotografías en el libro, las implicaciones éticas y políticas de narrar violencias, etc. Para muchos de esos temas no tengo posturas fijas qué defender, sino que son temas que me estoy cuestionando constantemente, y que seguramente jamás lograré resolver del todo. Pero aquí la verdadera ironía del asunto es que yo estoy de acuerdo contigo en casi absolutamente todo lo que planteas. De hecho, me parece que tú y yo tenemos posturas y cuestionamientos muy parecidos en muchas cosas. Tu texto toca puntos muy interesantes, pero para no echarme aquí una tesis infinita, me voy a enfocar únicamente a tu crítica exacta en torno a lo que consideraste fue una falta de referencia al trabajo de Allen. Va, en dos partes, porque no me cupo en un solo comentario.

    Yo considero que no omití la referencia al trabajo de Allen. En ningún momento considero que omití su voz (es más, cito una frase suya en la pág. 34, y lo menciono como “coleccionista y estudioso de las postales de linchamientos”). La referencia a su trabajo de recopilación (importantísimo, crucial) no está desarrollada en el cuerpo del texto del ensayo, pero sí está la referencia a su labor en la bibliografía y en el listado de imágenes. Cualquier lector que busque encontrar las fotografías de linchamientos a las que se refiere el libro, va a llegar a la página de Without Sanctuary, y para mí, eso es crucial. Es más, si el libro fuera digital, hubiera pedido que al hacer click en los pasajes que describen las imágenes, se remitiera a la página de Allen para así llegar a la fuente original (el click dependería igualmente de la voluntad del lector, tanto como el decidir ver o no la imágen al buscarla utilizando el listado de imágenes). Pero el libro no es digital, y está limitado por la linealidad de un libro impreso. Aun así, me parece que todo buen lector se remite a la bibliografía (como, en efecto, hiciste tú). Y para mí, que soy una obsesa (ironía de nuevo) de las fuentes y el aparato crítico, la bibliografía y el listado de imágenes no constituye un anexo del libro, sino que son una parte fundamental de éste. El hecho de que la historia específica de la colección de Allen no esté desarrollada en el cuerpo del texto me parece que en ningún momento indica que estoy faltando al código ético (que comparto contigo) de hacer referencia a la labor de otros que han trabajado antes que nosotros los mismos temas. Es más, me parece tan importante reconocer el trabajo de aquellos que trabajaron antes de nosotros, que en la presentación de mi libro, hace unas semanas, agradecí públicamente a todas las personas que antes que yo hubieran estudiado estos casos históricos, pues aunque evidentemente estuvieran ausentes, sin su trabajo, el mío no hubiera sido posible. Una de las muchas posturas que comparto contigo es la idea de que el conocimiento se construye comunitariamente…

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Marina:
      De esta primera parte puedo tan sólo confirmar que estamos más de acuerdo de lo que los demás suponen. Coincido contigo en lo que dices de la dinámica social que se impone en Twitter, como también coincido en lo que dices acerca del debate entre ensayo académico y ensayo lírico-libre: yo no soy literata ni crítica ni nada de eso, soy alguien que se ha movido en el discurso y las formas académicas pero creo que el ensayo no es más que una manera de nombrar a ese ejercicio intelectual en el que uno "desarrolla" (me choca esta palabra pero entiéndase como "desplegar") una idea (tesis), pone a dialogar autores o enunciados, los confronta, los complementa y busca elaborar una respuesta propia (al menos en mi caso). Prácticamente, lo que uno hace en términos académicos cuando escribe tesis y artículos, es hacer ensayos con un poco o un mucho de más uso de aparato-referencias formales (citas, etc.). De modo que en ese sentido, yo me siento más cercana al ensayo de lo que muchos podrían suponer.
      De la otra cuestión específica de Without..., respondo abajo.

      Eliminar
  3. …Podríamos pasar horas discutiendo qué debí meter en el cuerpo del texto y qué debí dejar sólo en la bibliografía, pero en mi experiencia, todo texto es, ante todo, un gran listado de sacrificios: uno decide dejar esto dentro, sacar aquello. Uno corre riesgos al tomar estas decisiones, especialmente cuando escribe de casos históricos, uno a veces se equivoca, y siempre habrá quién opine que debió ser distinto. Sin embargo, la referencia a Allen está en la bibliografía, está en el listado de imágenes, está en el libro. Jamás la omito.
    Aun así, tomando tu crítica no como queja, sino como una sugerencia, cambia un tanto la cosa: si ahorita pudiera corregir el libro, estaría muy dispuesta a escuchar tu sugerencia, y estaría de acuerdo en que sería interesante e importante incluir una nota explícita, en el cuerpo del texto, sobre el enorme valor que tiene el trabajo de recopilación de Allen. En otros capítulos del libro sí me enfoqué a la manera como ese material fotográfico llegó a nuestras manos, quién lo rescató, quién lo recopiló y restauró. Considerando, además, que uno de los temas que más me interesa es la circulación de la imagen, sí es una cuestión importante, especialmente por las circunstancias sociales donde Allen fue encontrando las imágenes que colecciona. Tu sugerencia me parece extremadamente valiosa, y aun cuando en ningún momento acepto tu crítica de que yo haya fallado al no referir el trabajo de Allen, pues la referencia está en el libro, sí me parece interesante tu sugerencia de incluir una nota en el cuerpo del texto, y la consideraré para el futuro, y te la agradezco. Me parece que lo increíble del ensayo, sea académico o literario, es que siempre parte de un intento, nunca pretende ser la última palabra, ni la máxima autoridad sobre un tema. Al menos no como yo entiendo el ensayo. De tal forma, un libro jamás termina siendo escrito sólo por el autor, sino por toda la gente que participa de su investigación, corrección, lectura, relectura, crítica, y cuestionamiento. Te agradezco mucho tu observación, y estoy segura de que si continúas leyendo el libro encontrarás muchas más. Todas ellas me gustaría escucharlas. Yo misma he acumulado ya muchas quejas propias de cosas que cambiaría en ese libro, incluso tengo un ejemplar repleto de banderitas y tachaduras que indican todas las modificaciones y cosas por corregir en caso de que hubiera, algún día, una reedición del libro. De cierta forma, el proceso de escritura de un libro jamás termina, porque uno no clausura las ideas que ahí plantea, sino que siguen en proceso de cambio y cuestionamiento. Ningún trabajo escrito queda fijo y anquilosado por el hecho de haber sido publicado, está siempre en perpetuo movimiento, desbordando el formato del libro impreso, y parte de esta mutación viviente surge de los lectores y sus reacciones. Como la persona que escribió el ensayo al que te refieres, te agradezco no sólo haberlo leído, sino además, haber reflexionado a partir de él.

    Y sobre todos los demás temas que tratas, ojalá algún día tengamos la oportunidad de platicarlos a profundidad.

    Saludos,
    Marina

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Amé lo de "el texto es un gran listado de sacrificios".

      A ver, antes que nada, de verdad quiero disculparme si sonó fuerte eso de que omitieras, si es que sonó a acusación. Aclaro que de ningún modo era mi intención, que más bien -y tal vez eso es resultado de mi propia lectura (que estaría con la atención en tal o cual cosa en lugar de en otra, que tal vez fue una lectura un poco fragmentada)- era que me hubiera gustado leer la referencia (más que como cita) como una mención más intencionada el dato de Allen. Pero que de ningún modo dudo del trabajo documental que has hecho. Incluso, me parece muy meritorio, muy admirable tu trabajo, por muchas razones (porque se necesita valor para tratar estos temas) pero especialmente por tu capacidad para escoger, seleccionar, estos ejemplos (no es fácil no perderse en el enorme universo de "la violencia") y porque como dices, un libro (como una tesis, como un ensayo, etc.), el proceso de escritura, pues, es uno que no termina.

      Te felicito y te admiro por tu trabajo. Que siga el diálogo y mucha suerte.

      Elisa

      Eliminar
  4. Elisa, muchas gracias por compartir tu escritura con nosotros. Estoy de acuerdo con casi todos los comentaros de Roberto.La verdad es que, muy al principio, me pareció que hubo ciertas quejas tibias, sentí que no quedaba claro desde dónde nacían tus comentarios ni hacia dónde iban. Incluso tardé en confirmar si hablabas del lubro de Marina o de un ensayo suelto q publicóTierra Adentro. Ahora todo eso cambió. Me interesa mucho lo que dices sobre la dimensión ética de las humanidades y también me parece importantísimo conocer ese interés vital desde el que hablas. trabajaré en una resphesta más larga y cuidada (ahora escribo desde el cel y es la 3ra vez que intento publicar el comentario, espero q no lleguen los 3 intentos, jaja). en fin, gracias por iniciar este diálogo. Abrazos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Nayeli:

      Qué bueno que encontremos lugares de coincidencia entre este falso sesgo entre lo académico y lo lírico-libre. Espero que podamos seguir compartiendo esos piensos al respecto, ya sea aquí, allá o "acullá".

      Te mando un saludo y un abrazo.

      Elisa

      Eliminar
  5. Gracias a todos por leer. Denme chance un ratito en lo que saco unos asuntos pendientes y regreso para continuar con el diálogo sabrosamente.

    ResponderEliminar