jueves, 26 de marzo de 2015

Ayotzinapa, seis meses después

He estado piense y piense. ¿Qué decir seis meses después de la ominosa noche de Iguala sin sonar banal, reduccionista o injusta? Ya no me basta decir que me duele, como tampoco me basta decir que fue el Estado. No me alcanzan las palabras para atreverme a describir la pena de las madres y los padres y compañeros de los muchachos y a partir de eso, mucho de lo que ahora leo al respecto me parece casi nimio. Sin embargo, sigo creyendo indispensable la memoria y la reflexión. La memoria, recordarlos, no olvidarlos, porque esa es la raíz de la justicia que nosotros podemos construirnos. Y la reflexión, porque lo sucedido con los muchachos de Ayotzinapa sintetiza (aunque no agote y aun con sus particularidades) la violencia que se padece en este país, especialmente la violencia de la que son objeto la mayoría desposeída, los más vulnerables y los menos privilegiados y que es una violencia promovida, auspiciada y perpetrada, sí, por el Estado. Como hace casi 20 años, cuando ocurrió la masacre de Acteal, con Ayotzinapa he quedado largo rato perpleja, sintiéndome sin la capacidad suficiente para esclarecer cómo es posible que estos crímenes puedan seguir sucediendo ante la mirada indiferente y cómplice de muchos. Será por eso que, de muchas formas, he optado siempre por hacer lo que me es posible para no traicionar la memoria de todos estos nuestros muertos. Será por eso que, a pesar de lo inútil que pueda parecer, he seguido un camino para poder(me) explicar la violencia que se nos ha instalado desde hace ya un rato, para no sentir que es algo normal, que es una costumbre, que así somos o que es nuestro destino.

jueves, 9 de octubre de 2014

Ayotzinapa, día 13 y siguen sin aparecer.

La historia va más o menos así: La Normal de Ayotzinapa ha sido históricamente acosada por su vocación política de izquierda, donde los hijos de campesinos y de familias de escasos recursos se forman intelectualmente para ser profesores rurales y para la acción política permanente. Hace días, fueron a Iguala a hacer proselitismo de sus causas, incluido el "boteo" para recabar dinero con el fin de participar en la marcha del 2 de octubre. Ese día, había un evento público del alcalde y su esposa en el centro de Iguala simultáneamente. Al alcalde no le pareció la presencia de los jóvenes normalistas y habrá dado la orden al jefe de su policía que los largaran de ahí. El jefe de la policía, que es un brazo armado de un grupo del narco, ordenó rafaguearlos y levantarlos. Se los llevaron en patrullas de la policía y versiones dicen que un supuesto jefe del grupo de narcos ordenó matarlos. Hoy todavía no aparecen pero sí hay varias fosas clandestinas con restos que presumiblemente podrían ser de los normalistas. Tanto el EPR como el ERPI, los grupos guerrilleros con presencia en Guerrero, se han manifestado sobre el asunto,incluyendo que el primer grupo centró una parte importante de su argumentación en la responsabilidad del grupo del narco mientras el segundo grupo guerrillero anunció un "comando de ajusticiamiento" contra el grupo de narcos para ¿vengar? lo que les han hecho a los estudiantes. El hecho de que la estrategia gubernamental haya sido decir primero que era un tema de crimen organizado y que ahora esté siendo por un lado alargar y eludir dar información sobre la identidad de los cuerpos hallados en las fosas, al mismo tiempo que también ahora convenientemente estén insistiendo en los dichos de las guerrillas para sugerir que fue un tema de pugna entre crimen organizado y grupos subversivos, no obsta para afirmar que lo ocurrido en Iguala sigue siendo un crimen de Estado. Así tiene que ser asumido y así tiene que ser denunciado y todas estas versiones oficiales incompletas pero repletas de ambigüedades y enredos (aun con ciertos elementos de verdad), no deben encubrir lo más importante.
En primer lugar, porque fueron policías municipales los que se llevaron a los muchachos. 
En segundo lugar, porque sí, es cierto, la policía de Iguala está prácticamente en manos de los narcos, eso no significa que el gobierno no haya auspiciado esta situación. Es decir, no es que un día llegó el narco y se apoderó de la policía como si nada. Esto es un proceso de contubernio, intercambio, complicidad, ayuda, apoyos, prebendas, protección e impunidad permanente entre partidos, políticos y grupos criminales.
En tercer lugar, porque dado el contexto histórico de Guerrero, es muy seguro que este episodio de violencias extralegales (pero no por ello dejan de ser estatales) sea una de las tantas formas en las que el Estado haya buscado combatir, eliminar, atacar, etc. a actores políticos que se oponen a los abusos y los despojos de los gobiernos, sean grupos civiles o subversivos. 
En cuarto lugar, porque independientemente de la naturaleza de estos actores políticos opositores, cuando el Estado (aunque estemos claros que siempre ha sido así, que de facto siempre ha buscado eliminarlos de todas formas) ejerce violencia contra ellos, está violando los derechos humanos elementales, está cometiendo un crimen de lesa humanidad.

domingo, 3 de agosto de 2014

Esto no es un ensayo (O notas para un inútil debate sobre literatura académica vs no académica cuando se escribe de violencia)

Elisa Godínez

Desde hace cinco años hago una investigación sobre linchamientos en México en tiempos recientes. La investigación es hecha dentro de un marco académico y específicamente desde el campo de la antropología, sin embargo, nunca he creído realmente en ni promovido las divisiones tajantes entre la academia y todo lo demás. Supongo, desde el rincón más candoroso que tiene alguien que todavía cree en los procesos de generación (¿debería decir mera reproducción, porque en términos de cultura y conocimiento nunca hay nada enteramente original ni individual?) y diálogo de saberes, que es natural y justificado mi interés por todo el material relacionado, directa o indirectamente, con el tema que investigo, desde los textos más específicamente antropológicos hasta casi cualquier texto sobre violencia, representación(es) de la violencia, etcétera, sean éstos académicos o literarios (una separación que es más artificial que real). Es verdad que me centro especialmente en literatura académica, pero no me circunscribo a ella, puesto que es obligatorio (y a veces hasta placentero, mientras que otras tantas un poco decepcionante) tener que acercarme a trabajos “no académicos” sobre los temas que analizo. Entiéndase así quién soy y a qué me dedico, un poco para poner en contexto mi lugar de enunciación.
Fue así que me topé con un ensayo sobre fotografía y violencia o, como dice en la contraportada, sobre la fotografía como acto violento y, específicamente, sobre la violencia del retrato involuntario, como lo llama su autora, Marina Azahua, es decir, de la fotografía tomada sin consentimiento de quien es fotografiado. En la librería pedí por favor que me dejaran quitarle el odioso celofán con el que desde hace años protegen los libros para poder mirar el índice, darle una ojeada rápida y ver si valía la pena adquirirlo. Para mi sorpresa, encontré un capítulo dedicado a linchamientos, lo cual me hizo comprarlo ya sin revisar mucho más, es decir, porque me convenció –y agradó- que se incluyera el linchamiento como un ejemplo relevante para discutir la relación entre fotografía y violencia.
En el momento que escribo esto todavía no he terminado de leer Retrato involuntario, he de aclarar. También debo decir que no pretendo hacer una crítica ni del contenido general del trabajo ni del estilo en sí y no por tibia, como lo dijeron por ahí, sino porque hablaré y cuestionaré desde mi lugar hoy, que es, fundamentalmente, el de alguien que hace una investigación sobre violencia, que no es crítica literaria, ni pretende hacer una crítica cultural de largo alcance al ensayo como género sino tan sólo expresar inquietudes y exponer mi posición con respecto a la narración de las violencias, algo que actualmente, lejos de ser una moda, es una necesidad.
           Comencé a leer el ensayo de forma ordenada, es decir, desde el principio, a pesar de que bien podría haber ido directamente al apartado sobre linchamiento. Sin embargo, siempre estimo importante leer los prefacios donde puedo encontrar algunas consideraciones generales, explicaciones o justificaciones de la obra, así que empecé en orden desde la primera página. Como ya dije, hace algunos años realizo una investigación sobre linchamientos y a pesar de la premura y de las necesidades específicas de mi indagación, no escatimo en acercarme a todo el material que hable de, mencione o haga referencias de linchamientos, así como tampoco escatimo el campo desde el cual se haya escrito este material, es decir, no excluyo trabajos que no sean “académicos” en principio por un asunto de elemental respeto y desprejuicio: no son las credenciales académicas las que garantizan la calidad de los trabajos y la investigación. Cuando empecé a leer, y en el entendido de que es un ensayo (con toda la libertad, flexibilidad, con opiniones más o menos sólidas y naturalmente con tono literario), noté que mientras iba avanzando en la primera parte, mi propia avidez me estaba orillando a encontrar los asideros de varias de las aseveraciones que la autora maneja, en parte por mi propia dinámica de interpretación o traducción de lo que leo y en parte porque, para bien o para mal, estoy familiarizada los aspectos generales del tema de la violencia, más que del de la fotografía, he de precisar. A pesar de sentir esa primera carencia (en función de mis propias necesidades), continué con la lectura. El segundo apartado, Souvenir del linchamiento, -que ya dije, fue prácticamente el que me hizo adquirir el libro- lo leí agudamente. Mea culpa.
      El linchamiento es un tipo de violencia colectiva que, en principio, tiene una forma o estructura general independientemente del lugar y el momento en el que ocurra, aunque considerado como un proceso, las causas y contextos son claramente diversos: no es lo mismo un linchamiento ocurrido en el siglo XIX en el sur de Estados Unidos a un linchamiento que suceda en Bolivia en pleno siglo XXI. Es decir, que como todos sabemos, un linchamiento es cuando una multitud ataca físicamente a uno o pocos individuos bajo la excusa de ejercer justicia por mano propia, o sea, la intención es castigar una falta real o supuestamente cometida y ejercer justicia por mano propia, aunque los contextos y actores colectivos involucrados tenga características completamente diferentes. El linchamiento es un fenómeno que ocurre desde hace siglos y que ha estado presente en muchas latitudes, ya sea como un suceso extraordinario o como una práctica más o menos cotidiana y aceptada, tal como sucedió en Estados Unidos especialmente a lo largo del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX como una forma de intolerancia y racismo en contra de la población afrodescendiente. En este sentido, los linchamientos sucedidos en Estados Unidos son emblemáticos, en primer lugar porque la manera de nombrar esta forma particular de violencia colectiva desde entonces se origina ahí (la Lynch Law, instituida por William Lynch en las primeras décadas del siglo XIX, consistente en un castigo sumario, en principio no letal y no específicamente racista, en contra de algún sospechoso, acusado o sentenciado cometido por una turba –mob- sin que medie un proceso legal o autoridad), y en seguida por su duración (mucho más de un siglo) y su evolución histórica como una práctica de ejecución extrajudicial abiertamente racista y enfocada hacia la población negra pero también en contra de otras minorías étnicas. De modo que es comprensible considerar que los linchamientos por antonomasia son aquellos ocurridos en Estados Unidos aunque, como mencioné, este tipo de violencia también exista –e incluso actualmente de manera importante- en otros países y por razones no exclusivamente racistas.
    La autora comienza esta parte del ensayo haciendo una descripción-ficción de casos emblemáticos de linchamientos ocurridos precisamente en Estados Unidos a partir de las fotografías que subsistieron, destacando el hecho de que efectivamente estas imágenes fueron utilizadas como “recuerdos” (souvenirs) de las ejecuciones, como memorabilia de la violencia tumultuaria. No tengo objeción alguna con el contenido ni las opiniones de la autora y me parece acertada la manera de abordar el tema, utilizando esta descripción para crear un efecto emocional intenso y colocar la mirada justo en las víctimas de esta atrocidad. Lo que me complica está más bien relacionado con los aspectos éticos acerca del uso de material previamente recopilado con suficiente esfuerzo por otros, así como las implicaciones también éticas de narrar la violencia, en particular si no es en tono de ficción. Voy a explicar esto de escribir sobre violencia más adelante, pero antes debo comentar que mientras reflexionaba todo esto, escribí un tuit donde expresé mi desconcierto con la lectura de este trabajo diciendo que no entendía por qué era bien visto que se pudiera citar sin dar la referencia exacta. Mi preocupación no era el prurito por la cita con comillas en un afán académica o formalistamente obsesivo, no obstante eso fue lo que se (mal) entendió, a juzgar por las respuestas que ese tuit mereció. Dije, sí, que me había lastimado que no se nombrara a quienes habrían hecho una investigación (léase la recopilación de esas fotografías y máxime cuando revisé la bibliografía y hallé que la autora había consultado especialmente un trabajo muy relevante al respecto) porque era una falta de respeto al trabajo de otros y porque la investigación (sea en el ámbito académico o fuera de él) es un trabajo, como cualquier otro.
        Sin entrar en detalles de todas las respuestas que tuvo lo que dije, en general lo que se me reclamó fue la falta de idea sobre lo que es un ensayo “no académico” o “lírico”, señalando especialmente que la característica de un ensayo es la libertad y la prerrogativa del autor de dar o no crédito a otros trabajos. En particular se asumió que mi pretensión era como policiaca porque, supuestamente, yo estaría buscando algo así como los errores o las faltas a la hora de (no) citar las referencias. Me explicaron también que no debía confundir los hábitos y formas académicas con el formato y el estilo de un ensayo. De manera indirecta, igualmente se apeló a asuntos de autoría, plagio y copyright como si yo estuviese defendiendo el lado conservador, mercantilista, egocéntrico y decrépito de la producción, distribución y consumo de bienes culturales. Es probable que yo haya interpretado mal las respuestas, pero en resumidas cuentas eso es lo que entendí y que dicho sea de paso no me ofende para nada, aunque me parece más bien que hay un prejuicio grande y que generaliza injustamente a todos los que estamos investigando desde ámbitos académicos como si fuésemos todos inflexibles y torpes con respecto a estos menesteres.
        Ahora, amén de insistir en que la discusión para mí no es entre la artificial separación entre un ensayo académico y otro no académico, me interesa reflexionar algunas cosas tanto sobre la escritura, la autoría y las formas e implicaciones de escribir y representar la violencia.
      En primer lugar, la escritura que busca hacer descripciones o representaciones culturares, sea desde el ámbito académico o fuera de éste, generalmente se inscribe dentro de disputas de poder en distintos marcos institucionales, entendidos como los ámbitos que acogen, sancionan, apoyan, publican, financian y consumen aquello que se escribe. Me parece que hablar sobre violencia y hacer representaciones de ella entra dentro de este gran conjunto especialmente si, como pareciera obvio, tenemos una posición crítica ante ello, si justo lo hacemos como una forma de denuncia, oposición, análisis, etcétera. Pero en el improbable caso de que la posición de alguien fuese neutral (cosa más bien imposible porque la neutralidad es también una posición ideológica, contrario a lo que comúnmente se supone), es obvio que quien escribe para hacer representaciones culturales aspira a tener interlocutores, a ser leído por otros y, por tanto, también está sujeto a estas disputas de poder.
     En este sentido, para mí el tema no es la separación entre géneros académico y literario porque en cuanto a la escritura de descripciones culturales, ambos están igualmente circunscritos dentro de procesos históricos y también lingüísticos y eso importa mucho más que el espacio formal desde donde se escribe. Ambos géneros se pueden intercalar y más aún se pueden influir el uno a otro, nos guste o no, y en esa mezcla, escribir descripciones culturales implica una permanente experimentación más que una división tajante y anquilosada. Al menos esto ocurre y está absolutamente admitido desde hace ya mucho tiempo en el campo antropológico. Creo que el dilema nada tiene que ver con las formas ni con los estatutos de cada género, sino con los temas, las intenciones y en última instancia con la dimensión ética implícita en el ejercicio de escribir sobre representaciones culturales.
   Sabemos que no existen representaciones culturales transparentes, que éstas tienen un cierto grado de invención aún en el ámbito académico y eso la antropología lo sabe bien, como también hace tiempo sabe que no existe la autoría incuestionable. Todo trabajo que transite en los caminos de la descripción y la exposición de ¿aspectos, problemas? de la “realidad” social, cultural, política, etc. (o todo eso revuelto) sin la intención de hacer ficción (es decir, que no es una obra exclusivamente imaginaria o algo así), planteará siempre una verdad parcial o relativa pero eso no significa que no aspire a presentar un cuadro veraz o por lo menos fiel al propio horizonte de verdad y ética de su autor. Este tipo de trabajos (no importa desde qué ámbito se hagan) supone la descripción de procesos culturales más que sólo momentos o imágenes a partir de un diálogo entre disciplinas (entre ciencia y arte, por ejemplo), porque todos sabemos que la cultura no es un objeto sino justamente un proceso colectivo.
        De modo que escribir sobre representaciones culturales es más que un acto literario, es más que escribir bien o desarrollar un estilo propio: al hacerlo se altera la forma de mostrar los fenómenos, es decir, se puede hacerlo en función de los intereses de quien escribe (independientemente del estatus supuestamente superior que tenga un estético escrito literario por encima de un aburrido y vulgar escrito académico o científico). Suena obvio y nada sorprendente, pero si pensamos en la posibilidad que se tiene disolver hechos, desaparecer nombres o minimizar atrocidades las cosas toman otro cariz. Y justamente volviendo al ensayo de Azahua, me parece que la autora sabe bien esto último porque es, según entiendo, el leitmotiv de su obra: mostrar el rostro y darle voz a los involuntariamente retratados. Más allá de la vocación literaria o no de un ensayo, como ya he dicho, se escribe desde un contexto y apelando explícita o implícitamente a una posición política porque la autoría es al mismo tiempo autoridad para representar realidades culturales con todo y las inequidades y disputas existentes. Más aún si el ensayo habla sobre temas que afectan de manera tan profunda a mucha gente, como lo es la violencia.
       Lo que observé en la parte sobre linchamientos en el trabajo de Azahua es que por un lado, hubiera sido muy útil incluir –en el texto- las imágenes que está describiendo, sobre todo si consideramos que es un trabajo de fotografía. También me hubiera gustado, como ya dije, hallar en el texto o aunque fuese en un pie de página algo más sobre el proyecto Without Sanctuary[1] que es de donde, según la bibliografía incluida al final del texto, es de donde la autora obtuvo las fotos que describe. Este proyecto, además de tener una página web que aloja la recopilación de fotografías históricas de linchamientos hecha por James Allen durante más de 25 años y a partir de la cual se generó también un libro y una película. Como vemos, este trabajo no es un compendio cualquiera, sino que hay mucho tiempo y mucho esfuerzo detrás, igual que lo hay en varias obras –tanto líricas como académicas- sobre un tema tan sensible para millones de personas descendientes de población africana llegada a Estados Unidos en calidad de esclavos y sometida por siglos a un amplísimo repertorio de violencias. Tan sólo por mencionar un detalle: uno de los autores de los textos del libro, Hilton Als, es un escritor y crítico de teatro que escribe en la prestigiosa revista The New Yorker y, como era de suponerse, es negro. Omitir mencionar esto no parece algo grave, pero no es precisamente lo que se espera de un texto que pretende mostrar el rostro y dar voz a las víctimas. Y que quede claro que esta inquietud no es un tema de comillas, ni de autorías en sentido de reforzar una posición anacrónica y burguesa, sino de elemental congruencia: quienes hicieron este proyecto son personas cuyo pasado, cuya historia está directa o indirectamente ligada a esas atrocidades, es decir, son también, en algún grado, víctimas que merecerían una mención más allá de la bibliografía.
   Cuando escribimos para representar culturalmente también traducimos realidades y verdades, que nunca son totales, que son precisamente construidas a partir de un complejo proceso lingüístico y de poder donde tocamos (modificamos, removemos, transfiguramos, exaltamos, sometemos, etcétera) a los sujetos que protagonizan esas representaciones. Lo más tristemente común es que estas personas nunca lo sepan, nunca se enteren de qué manera en que fueron retratados, la manera en la que fueron traducidos, la manera en la que su voz, su trabajo, su autoría, en última instancia, fue matizada, acomodada, domesticada. ¿Por qué sí estamos dispuestos a “dar crédito”, a “dar voz” a ciertos actores-productores-creadores y a otros no tanto o, en todo caso y por disparatado que suene, por qué cuando se cuestiona la defensa de la autoría todavía se firma un ensayo? ¿Señalar o cuestionar las omisiones de las referencias de los trabajos usados para escribir un ensayo implica defender una idea caduca y burguesa de autor-autoría o es apelar al reconocimiento y defensa del trabajo colectivo? En la antropología sabemos bien que esta idea del ambicioso científico social que no devuelve nada a cambio de todo lo que obtiene de sus sujetos investigados es algo éticamente reprobable y algo que por fortuna está siendo desplazado por los trabajos hechos por quienes tradicionalmente eran los sujetos investigados, por todos esos otros sin nombre, sin voz y sin rostro. La antropología hace tiempo que ya no puede hablar delos otros con autoridad automática, de esos otros “primitivos”, “no letrados” y “sin historia”, es decir, los discursos-la escritura y sus especificidades que no pueden omitirse: quién habla, quién escribe, cuándo y dónde lo hace, con quién y para quién, el contexto histórico y las relaciones de poder, pero más importante aún, que estos discursos-escritos están en disputa, se pueden confrontar y, en ese sentido, se asume que el diálogo y la interpelación no es una concesión sino una condición. La voz de los “informantes” (para mí un término odioso que ya debería haber sido desterrado de la antropología) ya no admite ser entrecomillada o parafraseada porque la relación tiene que ser dialógica y la autoría ya no puede ser monofónica.
       ¿Y qué tiene esto que ver con el ensayo en su variante literaria o lírica? Pues a ciencia cierta, no lo sé, aunque creo que de algún modo son asuntos que nos atañen a todos quienes escribimos sobre contenidos culturales en un sentido no ficticio y más para quienes nos dedicamos a temas tan delicados y dolorosos como la violencia. Pero lo que sí sé es que todas estas inquietudes no tenían que ver con un amor por las comillas o con una vocación perseguidora o censora del formato de los ensayos, sino con la reflexión acerca de la autoría y cómo no se trata de negarla sino precisamente de ampliarla, de reconocer la dimensión colectiva que tiene, de la necesidad de identificar los “nosotros” implícitos en ella, de reconocer las exclusiones y las ausencias y corregirlas. Otra vez, la cultura no es un objeto ni un cuerpo homogéneo de símbolos y significados sujetos a interpretaciones definitivas, sino un proceso temporal y emergente que siempre está en disputa, siempre está siendo cuestionada. La cultura constantemente construye otredades a partir de exclusiones específicas y así como discursos y prácticas y las representaciones culturales que escribimos no pueden no ser debatidas.
      También habría que discutir el perfil y el papel del lector, en última instancia. ¿Estamos pensando que nuestros lectores son nuestros cómplices y, en ese sentido, tienen que ser pasivos, que no se debe o es imposible establecer un diálogo con ellos? ¿Cuáles son las expectativas de quienes se acercan a leer un ensayo como Retrato involuntario, qué esperan hallar? En mi caso, yo me aproximé no sólo porque siempre tengo la esperanza no sólo de la posibilidad de conversar con el texto, sino también de encontrar referencias útiles. Probablemente mi error fue no llegar prejuiciada, sin que me determinara el hecho de esta artificial separación entre ensayo libre y ensayo académico. Especialmente decidí ser lectora por mi interés en el tema de la violencia que no sé si merezca o no un trato especial, pero que al menos a mí sí me obliga a pensar en qué nos importa cuando hablamos de violencia, para qué hablamos de ella, cuál es la necesidad o el interés. En ese sentido, y por ser alguien que trabaja el tema, retomo algunas de las cuestiones básicas planteadas en la introducción a la ya clásica antología sobre violencia compilada por Nancy Scheper-Hughes y Philippe Bourgois (que por cierto está incluida en la bibliografía de Retrato involuntario): ¿Se puede omitir o relativizar a quienes reportan o investigan sobre violencia?, ¿de qué modo se establece el compromiso ético y político a la hora de narrar la violencia? Cada quién sabrá responder a esto. Yo cerraré esta larga explicación con un fragmento de lo dicho por estos autores, que suscribo, y que resume mi posición al respecto:

“Anthropologists who make their living observing and recording the misery of the world have a special obligation to reflect critically on the impact of the brutal images of human suffering that they foist on the public…The texts and images we present to the world are often profoundly disturbing. When we report and write in an intimate way about scenes of violence, our readers have the right to react with anger and to ask just what we are after (afterall)? Indeed what do we want from our audience? To shock? To evoke pity? To create new forms of totalizing narrative through an ‘aesthetic’ of misery? What of the people whose suffering is being made into a public spectacle for the sake of the theoretical argument? …

Those for whom the representation of hunger, misery, and violence is central to their life’s work, need to continually resensitize their audiences as well as themselves to the state of emergency in which we live. To do so we must locate the proper distance from our subjects. Not so distant as to objectify their suffering, and not so close that we turn the sufferer into an object of pity, contempt, or public spectacle. We need to avoid aestheticization of misery as much as a discent into political rhetoric and polemics.

There is no appropriate distance to take from our subjects during torture, lynching, or rape. What kinds of participant-observation, what sort of eye-witnessing are adequate to scenes of genocide and its aftermath, or even to structural violence and genocide?”[2]




[2] Violence in War and Peace: An Anthology, eds. Nancy Scheper-Hughes and Philippe Bourgois. Malden: Blackwell Publishing, 2004. p. 26.

viernes, 18 de octubre de 2013

Sobre el asunto Tepito-CNTE

A propósito de este tuit y sobre opiniones que sugieren que el ataque en Tepito hacia la CNTE es "natural":

1 . En México y especialmente en el D.F., lo común no es que ocurran brotes de violencia por supuesto "hartazgo social".

 2. Con base en los datos sobre un tipo de violencia colectiva (específicamente linchamientos), es bajísima la incidencia por intolerancia.

3. La violencia colectiva es un proceso con diversas fases, que puede ocurrir en dif. contextos y cometida por diversos tipos de actores.

 4. Es cierto que hay varios antecedentes de actos de violencia colectiva en Tepito, pero ninguno de éstos ha ocurrido por intolerancia.

5. Generalmente, en Tepito esos actos son más una forma de autodefensa momentánea (por lo que consideran abuso de autoridad) o...

6. ...cuando atrapan a ladrones que han afectado a sus clientes, pero justo en el momento.

7. También ha habido disturbios surgidos a partir de rumores de secuestro o desaparición de niños, por ejemplo.

8. Llama la atención que nunca han reaccionado así ante otro tipo de manifestaciones (por ejemplo, los meses de plantón en 2006).

9. A reserva de que se haga la investigación periodística y/o etnográfica del suceso de hoy, no se puede sostener su supuesta legitimidad.

10. Pero sí tenemos evidencias históricas y también recientes de tácticas oficiales para desprestigiar protesta y linchar a la CNTE.

11. Cada quien saque sus conclusiones. Pero, con base en investigación cuantitativa y cualitativa en linchamientos, dudo de su "naturalidad".


Este asunto da para mucho más. Estos fueron sólo unos cuantos apuntes al vuelo el mismo día que ocurrió el hecho (jueves por la noche)

El viernes sale una nota de los comerciantes del barrio deslindándose de la agresión
 





miércoles, 13 de febrero de 2013

A propósito de la justicia por mano propia




         En días recientes, hemos visto cómo varias comunidades en el estado de Guerrero y otros estados se han organizado para ejercer una forma de justicia por mano propia, especialmente por la noticia de que en el municipio de Ayutla de los Libres, la comunidad se armó y formó una policía comunitaria y llevó a cabo, días después, un juicio popular en contra de los supuestos delincuentes que mantiene retenidos desde hace días.

        A partir de lo sucedido en Ayutla, la discusión acerca de la justicia por mano propia no se ha hecho esperar. El tema, de por sí polémico, provoca reacciones inmediatas y generalmente en contra de lo que es consecuencia de una serie de problemas de diversa índole, especialmente en la incapacidad del Estado para garantizar seguridad y justicia a sus gobernados.

   En este breve texto me propongo exponer algunas consideraciones generales sobre la justicia por mano propia en México, con el fin de aportar algunas claves básicas para la comprensión general del fenómeno. En especial, me interesa dejar en claro que existen diversas formas en las que la justicia por mano propia se expresa y que no todas son iguales ni pueden juzgarse de la misma manera, a pesar de que compartan una serie de rasgos comunes. Pese a que el término "justicia por mano propia" es usado de manera peyorativa, para mí es un concepto descriptivo y real, más allá de las connotaciones negativas que desde el discurso oficial y mediático se le da.      

1. Justicia por mano propia se refiere a una diversidad de recursos a partir de los cuales un colectivo decide ejercer acciones para castigar, reparar, etc. un delito supuesta o realmente cometido o de manera preventiva como defensa en un contexto de inseguridad y delincuencia.

   2. Desde el punto de vista del derecho estatal, la justicia por mano propia es el abandono o la abolición del proceso a partir del cual se respetan las garantías del acusado, el debido proceso y la sentencia, en tanto “atributos legales y legítimos” de la aplicación de justicia. Pero hay que mencionar que además del derecho estatal, existen otros sistemas normativos que coexisten junto con el primero. Los pueblos indígenas, por ejemplo,tienen sistemas normativos propios. Sin embargo, muchas veces el concepto de justicia por mano propia se usa erróneamente para referirse peyorativamente o caracterizar dichas prácticas jurídicas no estatales.  
    3. Sin embargo, en situaciones de creciente violencia e inseguridad, y más en países como México donde la impunidad es lo que impera, la justicia por mano propia se ha convertido en un recurso a partir del cual un colectivo intenta cumplir con una de las funciones primordiales del Estado, entre otras, que es garantizar la seguridad de sus ciudadanos.
4. Me he referido a que son colectivos los actores que recurren al ejercicio de la justicia por mano propia porque los casos de venganza, defensa o ataque cometidos entre individuos particulares son, en teoría, juzgados por el derecho estatal vía un código penal, aunque bien sabemos que, en la práctica, el alto grado de impunidad en México impide, en la mayoría de los casos, que los culpables paguen por el delito cometido. En este país, la “justicia” es posible en función de la cantidad de recursos económicos e/o influencias para corromper cada engranaje del sistema judicial. Pero ese es otro tema.
5. Como he dicho, la justicia por mano propia se expresa de varias formas que comparten elementos comunes pero que tienen claras diferencias. Asimismo, además de resaltar la diversidad de formas, cualquier caso de justicia por mano propia requiere ser analizado a partir del contexto en el que ocurre: contexto histórico, social, político, etc. No es lo mismo una comunidad indígena, un rural o semirural, una colonia de la periferia urbana, etc. Es decir, que el fenómeno de justicia por mano propia debe ser analizado desde un enfoque que sea capaz de establecer las relaciones entre lo local, lo nacional e incluso lo global.
6. En especial, me interesa precisar algo fundamental: la justicia por mano propia, a pesar de ser un desafío al sistema normativo dominante y en ese sentido sea ilegal (pero no necesariamente ilegítimo), no necesariamente deviene en un ejercicio de violencia extrema. Cierto es que cada forma de justicia por mano propia despliega cierto grado de violencia específica y temporal pero sólo los linchamientos son casos de violencia colectiva extrema.
7. Voy a retomar sólo tres formas de justicia por mano propia en México para explicar sus elementos comunes y resaltar sus diferencias: policía comunitaria, brigadas de autodefensa y el linchamiento, utilizando casos actuales o más o menos recientes.



a) Policía comunitaria.

La policía comunitaria es una forma de organización colectiva que lleva a cabo acciones de seguridad y justicia, con base en la enseñanza-aprendizaje-reforzamiento de respeto, prevención y reparación del daño. En el estado de Guerrero, la Policía Comunitaria (PC) tiene 17 años de existencia y es una experiencia sumamente exitosa al respecto. Organizada con base en los acuerdos que se toman en la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC), abarca 73 comunidades de los pueblos indígenas Mixteco y Tlapaneco, más algunas de las regiones de la Costa Chica, Costa Montaña y Montaña de Guerrero.

La PC es un ejemplo de la construcción de seguridad y justicia en los llamados “márgenes” del Estado y por ello, es un fenómeno jurídico que debe ser entendido tomando en consideración las características y transformaciones que ha sufrido el Estado durante la globalización: el “margen” describe las áreas lejanas del centro de la soberanía estatal donde esos mismos Estados son incapaces de garantizar la implementación de sus programas y políticas (Das, Poole 2004). Sin entrar en detalles acerca del debate acerca de las fallas, los límites y los alcances del Estado, no se puede negar la relación que existe entre la desatención y la negligencia de los distintos niveles de gobierno y sus consecuencias.
 
b) Brigadas de autodefensa.

También en Guerrero, en el municipio de Ayutla de los Libres, así como en algunos municipios del estado de Oaxaca (Santos Reyes Nopala, entre otros) y también incluso en comunidades del Estado de México (Amatepec y Tlatlaya), en los días recientes nos hemos enterado que los colectivos de esos lugares han decidido constituir brigadas de autodefensa, que son cuerpos de seguridad constituidos por los propios habitantes (que se han autonombrado como policía, pero que aún no tienen ni el tiempo ni la experiencia que tiene la PC de Guerrero, por ejemplo, aunque ello no signifique que no puedan llegar a fortalecerse y ser también un referente, pero eso es imposible de saber.). Asimismo, algunas de estas comunidades, una vez que han detenido a los sospechosos, han organizado juicios populares en los que comunitariamente se delibera acerca de los delitos que supuestamente cometió el detenido y se decide si la comunidad lo mantiene retenido o si se entrega a las autoridades formales para que siga un proceso dentro de la justicia estatal.

Cabe señalar que, hasta donde tengo entendido, en ninguno de los casos recientes, se ha atentado de manera violenta en contra de los detenidos. No estoy justificando ni valorando positiva o negativamente a las brigadas y los juicios, pero sí estoy enfatizando que se ha respetado la integridad de las personas sospechosas o culpables, contrario a lo que ocurre comúnmente en las detenciones legales donde casi siempre se violenta físicamente a los detenidos.

En el estado de Oaxaca, un porcentaje importante de los municipios son indígenas y/o se rigen bajo el sistema de Usos y Costumbres reconocido formalmente por la Constitución de ese estado. Así, en muchos de estos municipios, existen de por sí policías que son de hecho una suerte de policía comunitaria, constituida por los propios habitantes. Ahora, que en este momento algunos de estos municipios estén proclamando su derecho a establecer una “policía comunitaria” es un asunto que, lejos de ser resuelto en este breve texto, habría que analizar con mucho más detalle, habida cuenta de que Oaxaca (como Chiapas y otros estados con un gran número de población indígena), ha sido históricamente escenario de la permanente tensión entre los pueblos indígenas y el Estado por el reconocimiento de los derechos de los primeros. Esto ha derivado en un repertorio muy variado de formas a partir de las cuales el régimen siempre busca dividir, cooptar, infiltrar, debilitar, deslegitimar, etc. todo esfuerzo organizativo y de resistencia de los pueblos indígenas.
c) Linchamientos.

Los linchamientos son actos de justicia por mano propia que derivan en un episodio de violencia colectiva desbordada en la que la víctima o las víctimas son agredidas físicamente por una turba, a partir de que el colectivo asume que los inculpados cometieron un delito, no importa si esto es verdad o no. Sea a partir de un rumor o sea a partir de que se descubrió a las víctimas en flagrancia, el hecho es que un linchamiento, como todo acto de violencia colectiva, es un proceso que atraviesa por diversas fases que, a simple vista, no siempre están claras. Es decir, hay un antes, un durante y un después del estallido y desborde de violencia y, al igual que en los dos ejemplos anteriores sobre justicia por mano propia, el linchamiento debe ser analizado en su respectivo contexto social, político, cultural, etc. Es necesario además decir que no en todo linchamiento, por extraño que pueda parecer, el colectivo tiene como propósito explícito matar a la víctima. Entre el uso del castigo físico como escarmiento y el eventual el desbordamiento de la masa que deriva en el asesinato, hay una brecha en la que la violencia puede no llegar a ser fatal y que depende de una serie de factores muy específicos (que dependen de la intervención o no de la autoridad legal, de las autoridades locales, de si hay posibilidad de diálogo y negociación, y un largo etc.).

Todos nos hemos enterado de algún caso de intento de linchamiento o de linchamiento consumado (es decir, aquel en el que la víctima muere a consecuencia de la violencia), ya sea los sonados casos de San Juan Ixtayopan en 2004 o de Chalco en 2012, pero el fenómeno ha adquirido una creciente relevancia mediática y todo parece indicar que se han incrementado los casos en los años recientes. Durante este tiempo, la opinión acerca de los linchamientos por parte de la gente común, por ejemplo, la quienes dejan comentarios en las notas en línea de los periódicos, también ha ido cambiando a lo largo de estos años y ha pasado de una condena unánime a una variación considerable donde hay gente que los justifica “porque qué bueno que no se dejaron, estamos hartos de la delincuencia y de que nunca se castigue a los responsables” y comentarios similares.

Desafortunadamente, muy pocas veces se analiza el fenómeno de manera profunda y hay una tendencia a reducir los linchamientos a “actos de barbarie”, generalmente reproduciendo estigmas y discriminación en contra de las comunidades donde ocurren, y no como una consecuencia, por cruda que sea, del mismo problema que subyace en todo caso de justicia por mano propia: abandono de la autoridad, impunidad, injusticia, violencia estructural o real, etc. Nadie, en su sano juicio, avala el uso de la violencia per se, y sin negar que los linchamientos son una violación a los derechos humanos, lo cierto es que si queremos prevenir el fenómeno debemos hacer un esfuerzo considerable por analizarlo con más cuidado.

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      He intentado exponer, de manera muy sintética, algunas de las diferencias y algunas matizadas similitudes que hay entre estas tres formas (que no las únicas) de justicia por mano propia. El objetivo es contribuir a la mejor comprensión de este fenómeno y, en especial, para que se entienda también más ampliamente quiénes son los colectivos que recurren a estas prácticas, sus características y dinámicas sociales propias, sus conflictos y sus problemas.
     Uno de los principales elementos comunes a estas tres variantes, en este momento en México, es que ocurren en contextos en donde los actores que despliegan la justicia por mano propia, mantienen y reproducen cotidianamente formas colectivas de organización y deliberación a nivel social, político, cultural, económico, etc. En muchos de estos pueblos y comunidades, existen formas más o menos acabadas, de prácticas jurídicas no estatales, que a veces salen a relucir durante estos procesos de justicia por mano propia, pero no necesariamente, es decir, como lo mencioné antes, no es que sistema normativo tradicional y justicia por mano propia sean sinónimos.

     Considero que las diversas formas de justicia por mano propia que estamos viendo hoy en México son parte de un fenómeno más amplio e importante de prácticas de justicia emergentes como respuesta a un contexto de creciente violencia e inseguridad y que evidentemente son una consecuencia, entre otras, del alto grado de impunidad que vivimos. Sin embargo, la impunidad, aún tan brutal como la padecemos, no es la única razón que explica este fenómeno.

Las transformaciones que ha sufrido el Estado en las décadas recientes han provocado la desaparición o el debilitamiento paulatino de sus estructuras básicas (sean aparatos burocrático-administrativos, sean políticas públicas y programas, sea la capacidad de gobernar, etc.), es decir, que hay un abandono sistemático de sus funciones básicas, en especial, la de garantizar no sólo la seguridad de sus ciudadanos y, aunque ya sea un cliché, mantener el monopolio de la violencia legítima (a lo que yo diría: de la violencia legal, tan sólo). El sistema judicial presenta, además, una paradójica situación: ha sido sometido a una serie de reformas para hacerlo “más eficiente” y sin embargo, por todos lados brotan tanto los ejemplos de justicia por mano propia a los que nos referimos, como los espacios grises donde cunde la para-legalidad, es decir, donde se entremezclan, conviven y se complementan la legalidad y la ilegalidad y que es la zona donde se genera y reproducen todas las formas de criminalidad a gran escala que hoy dominan los más importantes flujos de capital a nivel planetario.

En ese sentido, reitero la necesidad de analizar el fenómeno de la justicia por mano propia en función siempre de los contextos específicos en donde ocurre y no por un prurito antropológico o meramente anecdótico, sino porque hay un riesgo de que, en un momento como el que vivimos en México, estas experiencias sean el pretexto para la emergencia de grupos o situaciones que, como nosotros bien sabemos, son auspiciadas desde el régimen, como estrategia tanto para desestabilizar, generar zozobra y miedo, justificar represiones, etc. tanto como para deslegitimar los casos exitosos de autogestión y resistencia comunitaria. Si las estrategias gubernamentales para “combatir” al crimen organizado por ningún lado están dando resultado y más bien pareciera que, sea por omisión o por franca intención, se pretende alargar indefinidamente la situación de violencia permanente, cabe preguntarse críticamente siempre a quiénes y para qué conviene todo ello.

Elisa Godínez Pérez

Distrito Federal, 14 de febrero de 2013.



Algunas referencias