He estado piense y piense. ¿Qué decir seis meses después de la ominosa noche de Iguala sin sonar banal, reduccionista o injusta? Ya no me basta decir que me duele, como tampoco me basta decir que fue el Estado. No me alcanzan las palabras para atreverme a describir la pena de las madres y los padres y compañeros de los muchachos y a partir de eso, mucho de lo que ahora leo al respecto me parece casi nimio. Sin embargo, sigo creyendo indispensable la memoria y la reflexión. La memoria, recordarlos, no olvidarlos, porque esa es la raíz de la justicia que nosotros podemos construirnos. Y la reflexión, porque lo sucedido con los muchachos de Ayotzinapa sintetiza (aunque no agote y aun con sus particularidades) la violencia que se padece en este país, especialmente la violencia de la que son objeto la mayoría desposeída, los más vulnerables y los menos privilegiados y que es una violencia promovida, auspiciada y perpetrada, sí, por el Estado. Como hace casi 20 años, cuando ocurrió la masacre de Acteal, con Ayotzinapa he quedado largo rato perpleja, sintiéndome sin la capacidad suficiente para esclarecer cómo es posible que estos crímenes puedan seguir sucediendo ante la mirada indiferente y cómplice de muchos. Será por eso que, de muchas formas, he optado siempre por hacer lo que me es posible para no traicionar la memoria de todos estos nuestros muertos. Será por eso que, a pesar de lo inútil que pueda parecer, he seguido un camino para poder(me) explicar la violencia que se nos ha instalado desde hace ya un rato, para no sentir que es algo normal, que es una costumbre, que así somos o que es nuestro destino.
jueves, 26 de marzo de 2015
jueves, 9 de octubre de 2014
Ayotzinapa, día 13 y siguen sin aparecer.
La historia va más o menos así: La Normal de Ayotzinapa ha sido históricamente acosada por su vocación política de izquierda, donde los hijos de campesinos y de familias de escasos recursos se forman intelectualmente para ser profesores rurales y para la acción política permanente. Hace días, fueron a Iguala a hacer proselitismo de sus causas, incluido el "boteo" para recabar dinero con el fin de participar en la marcha del 2 de octubre. Ese día, había un evento público del alcalde y su esposa en el centro de Iguala simultáneamente. Al alcalde no le pareció la presencia de los jóvenes normalistas y habrá dado la orden al jefe de su policía que los largaran de ahí. El jefe de la policía, que es un brazo armado de un grupo del narco, ordenó rafaguearlos y levantarlos. Se los llevaron en patrullas de la policía y versiones dicen que un supuesto jefe del grupo de narcos ordenó matarlos. Hoy todavía no aparecen pero sí hay varias fosas clandestinas con restos que presumiblemente podrían ser de los normalistas. Tanto el EPR como el ERPI, los grupos guerrilleros con presencia en Guerrero, se han manifestado sobre el asunto,incluyendo que el primer grupo centró una parte importante de su argumentación en la responsabilidad del grupo del narco mientras el segundo grupo guerrillero anunció un "comando de ajusticiamiento" contra el grupo de narcos para ¿vengar? lo que les han hecho a los estudiantes. El hecho de que la estrategia gubernamental haya sido decir primero que era un tema de crimen organizado y que ahora esté siendo por un lado alargar y eludir dar información sobre la identidad de los cuerpos hallados en las fosas, al mismo tiempo que también ahora convenientemente estén insistiendo en los dichos de las guerrillas para sugerir que fue un tema de pugna entre crimen organizado y grupos subversivos, no obsta para afirmar que lo ocurrido en Iguala sigue siendo un crimen de Estado. Así tiene que ser asumido y así tiene que ser denunciado y todas estas versiones oficiales incompletas pero repletas de ambigüedades y enredos (aun con ciertos elementos de verdad), no deben encubrir lo más importante.
En primer lugar, porque fueron policías municipales los que se llevaron a los muchachos.
En segundo lugar, porque sí, es cierto, la policía de Iguala está prácticamente en manos de los narcos, eso no significa que el gobierno no haya auspiciado esta situación. Es decir, no es que un día llegó el narco y se apoderó de la policía como si nada. Esto es un proceso de contubernio, intercambio, complicidad, ayuda, apoyos, prebendas, protección e impunidad permanente entre partidos, políticos y grupos criminales.
En tercer lugar, porque dado el contexto histórico de Guerrero, es muy seguro que este episodio de violencias extralegales (pero no por ello dejan de ser estatales) sea una de las tantas formas en las que el Estado haya buscado combatir, eliminar, atacar, etc. a actores políticos que se oponen a los abusos y los despojos de los gobiernos, sean grupos civiles o subversivos.
En cuarto lugar, porque independientemente de la naturaleza de estos actores políticos opositores, cuando el Estado (aunque estemos claros que siempre ha sido así, que de facto siempre ha buscado eliminarlos de todas formas) ejerce violencia contra ellos, está violando los derechos humanos elementales, está cometiendo un crimen de lesa humanidad.
En primer lugar, porque fueron policías municipales los que se llevaron a los muchachos.
En segundo lugar, porque sí, es cierto, la policía de Iguala está prácticamente en manos de los narcos, eso no significa que el gobierno no haya auspiciado esta situación. Es decir, no es que un día llegó el narco y se apoderó de la policía como si nada. Esto es un proceso de contubernio, intercambio, complicidad, ayuda, apoyos, prebendas, protección e impunidad permanente entre partidos, políticos y grupos criminales.
En tercer lugar, porque dado el contexto histórico de Guerrero, es muy seguro que este episodio de violencias extralegales (pero no por ello dejan de ser estatales) sea una de las tantas formas en las que el Estado haya buscado combatir, eliminar, atacar, etc. a actores políticos que se oponen a los abusos y los despojos de los gobiernos, sean grupos civiles o subversivos.
En cuarto lugar, porque independientemente de la naturaleza de estos actores políticos opositores, cuando el Estado (aunque estemos claros que siempre ha sido así, que de facto siempre ha buscado eliminarlos de todas formas) ejerce violencia contra ellos, está violando los derechos humanos elementales, está cometiendo un crimen de lesa humanidad.
domingo, 3 de agosto de 2014
Esto no es un ensayo (O notas para un inútil debate sobre literatura académica vs no académica cuando se escribe de violencia)
Elisa Godínez
Desde hace cinco años
hago una investigación sobre linchamientos en México en tiempos recientes. La
investigación es hecha dentro de un marco académico y específicamente desde el
campo de la antropología, sin embargo, nunca he creído realmente en ni
promovido las divisiones tajantes entre la academia y todo lo demás. Supongo, desde el rincón más candoroso que tiene
alguien que todavía cree en los procesos de generación (¿debería decir mera
reproducción, porque en términos de cultura y conocimiento nunca hay nada enteramente
original ni individual?) y diálogo de saberes, que es natural y justificado mi
interés por todo el material relacionado, directa o indirectamente, con el tema
que investigo, desde los textos más específicamente antropológicos hasta casi
cualquier texto sobre violencia, representación(es) de la violencia, etcétera,
sean éstos académicos o literarios (una separación que es más artificial que
real). Es verdad que me centro especialmente en literatura académica, pero no me
circunscribo a ella, puesto que es obligatorio (y a veces hasta placentero,
mientras que otras tantas un poco decepcionante) tener que acercarme a trabajos
“no académicos” sobre los temas que analizo. Entiéndase así quién soy y a qué
me dedico, un poco para poner en contexto mi lugar de enunciación.
Fue así que me topé con
un ensayo sobre fotografía y violencia o, como dice en la contraportada, sobre
la fotografía como acto violento y, específicamente, sobre la violencia del retrato involuntario, como lo llama su autora,
Marina Azahua, es decir, de la fotografía tomada sin consentimiento de quien es
fotografiado. En la librería pedí por favor que me dejaran quitarle el odioso
celofán con el que desde hace años protegen
los libros para poder mirar el índice, darle una ojeada rápida y ver si valía
la pena adquirirlo. Para mi sorpresa, encontré un capítulo dedicado a
linchamientos, lo cual me hizo comprarlo ya sin revisar mucho más, es decir,
porque me convenció –y agradó- que se incluyera el linchamiento como un ejemplo
relevante para discutir la relación entre fotografía y violencia.
En el momento que
escribo esto todavía no he terminado de leer Retrato involuntario, he de aclarar. También debo decir que no
pretendo hacer una crítica ni del contenido general del trabajo ni del estilo
en sí y no por tibia, como lo dijeron por ahí, sino porque hablaré y
cuestionaré desde mi lugar hoy, que es, fundamentalmente, el de alguien que
hace una investigación sobre violencia, que no es crítica literaria, ni
pretende hacer una crítica cultural de largo alcance al ensayo como género sino
tan sólo expresar inquietudes y exponer mi posición con respecto a la narración
de las violencias, algo que actualmente, lejos de ser una moda, es una
necesidad.
Comencé
a leer el ensayo de forma ordenada, es decir, desde el principio, a pesar de
que bien podría haber ido directamente al apartado sobre linchamiento. Sin
embargo, siempre estimo importante leer los prefacios donde puedo encontrar
algunas consideraciones generales, explicaciones o justificaciones de la obra,
así que empecé en orden desde la primera página. Como ya dije, hace algunos
años realizo una investigación sobre linchamientos y a pesar de la premura y de
las necesidades específicas de mi indagación, no escatimo en acercarme a todo
el material que hable de, mencione o haga referencias de linchamientos, así
como tampoco escatimo el campo desde el cual se haya escrito este material, es
decir, no excluyo trabajos que no sean “académicos” en principio por un asunto
de elemental respeto y desprejuicio: no son las credenciales académicas las que
garantizan la calidad de los trabajos y la investigación. Cuando empecé a leer,
y en el entendido de que es un ensayo (con toda la libertad, flexibilidad, con
opiniones más o menos sólidas y naturalmente con tono literario), noté que
mientras iba avanzando en la primera parte, mi propia avidez me estaba
orillando a encontrar los asideros de varias de las aseveraciones que la autora
maneja, en parte por mi propia dinámica de interpretación o traducción de lo
que leo y en parte porque, para bien o para mal, estoy familiarizada los
aspectos generales del tema de la violencia, más que del de la fotografía, he
de precisar. A pesar de sentir esa primera carencia (en función de mis propias
necesidades), continué con la lectura. El segundo apartado, Souvenir del linchamiento, -que ya dije,
fue prácticamente el que me hizo adquirir el libro- lo leí agudamente. Mea
culpa.
El
linchamiento es un tipo de violencia colectiva que, en principio, tiene una
forma o estructura general independientemente del lugar y el momento en el que
ocurra, aunque considerado como un proceso, las causas y contextos son
claramente diversos: no es lo mismo un linchamiento ocurrido en el siglo XIX en
el sur de Estados Unidos a un linchamiento que suceda en Bolivia en pleno siglo
XXI. Es decir, que como todos sabemos, un linchamiento es cuando una multitud
ataca físicamente a uno o pocos individuos bajo la excusa de ejercer justicia
por mano propia, o sea, la intención es castigar una falta real o supuestamente
cometida y ejercer justicia por mano propia, aunque los contextos y actores
colectivos involucrados tenga características completamente diferentes. El
linchamiento es un fenómeno que ocurre desde hace siglos y que ha estado
presente en muchas latitudes, ya sea como un suceso extraordinario o como una
práctica más o menos cotidiana y aceptada, tal como sucedió en Estados Unidos
especialmente a lo largo del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX como
una forma de intolerancia y racismo en contra de la población afrodescendiente.
En este sentido, los linchamientos sucedidos en Estados Unidos son
emblemáticos, en primer lugar porque la manera de nombrar esta forma particular
de violencia colectiva desde entonces se origina ahí (la Lynch Law, instituida
por William Lynch en las primeras décadas del siglo XIX, consistente en un
castigo sumario, en principio no letal y no específicamente racista, en contra
de algún sospechoso, acusado o sentenciado cometido por una turba –mob- sin que medie un proceso legal o
autoridad), y en seguida por su duración (mucho más de un siglo) y su evolución
histórica como una práctica de ejecución extrajudicial abiertamente racista y
enfocada hacia la población negra pero también en contra de otras minorías
étnicas. De modo que es comprensible considerar que los linchamientos por
antonomasia son aquellos ocurridos en Estados Unidos aunque, como mencioné,
este tipo de violencia también exista –e incluso actualmente de manera
importante- en otros países y por razones no exclusivamente racistas.
La
autora comienza esta parte del ensayo haciendo una descripción-ficción de casos
emblemáticos de linchamientos ocurridos precisamente en Estados Unidos a partir
de las fotografías que subsistieron, destacando el hecho de que efectivamente
estas imágenes fueron utilizadas como “recuerdos” (souvenirs) de las
ejecuciones, como memorabilia de la violencia tumultuaria. No tengo objeción
alguna con el contenido ni las opiniones de la autora y me parece acertada la manera
de abordar el tema, utilizando esta descripción para crear un efecto emocional
intenso y colocar la mirada justo en las víctimas de esta atrocidad. Lo que me
complica está más bien relacionado con los aspectos éticos acerca del uso de
material previamente recopilado con suficiente esfuerzo por otros, así como las
implicaciones también éticas de narrar la violencia, en particular si no es en
tono de ficción. Voy a explicar esto de escribir sobre violencia más adelante,
pero antes debo comentar que mientras reflexionaba todo esto, escribí un tuit donde expresé mi desconcierto con
la lectura de este trabajo diciendo que no entendía por qué era bien visto que
se pudiera citar sin dar la referencia exacta. Mi preocupación no era el
prurito por la cita con comillas en un afán académica o formalistamente
obsesivo, no obstante eso fue lo que se (mal) entendió, a juzgar por las
respuestas que ese tuit mereció.
Dije, sí, que me había lastimado que no se nombrara a quienes habrían hecho una
investigación (léase la recopilación de esas fotografías y máxime cuando revisé
la bibliografía y hallé que la autora había consultado especialmente un trabajo
muy relevante al respecto) porque era una falta de respeto al trabajo de otros
y porque la investigación (sea en el ámbito académico o fuera de él) es un
trabajo, como cualquier otro.
Sin
entrar en detalles de todas las respuestas que tuvo lo que dije, en general lo
que se me reclamó fue la falta de idea sobre lo que es un ensayo “no académico”
o “lírico”, señalando especialmente que la característica de un ensayo es la
libertad y la prerrogativa del autor de dar o no crédito a otros trabajos. En
particular se asumió que mi pretensión era como policiaca porque,
supuestamente, yo estaría buscando algo así como los errores o las faltas a la
hora de (no) citar las referencias. Me explicaron también que no debía
confundir los hábitos y formas académicas con el formato y el estilo de un
ensayo. De manera indirecta, igualmente se apeló a asuntos de autoría, plagio y
copyright como si yo estuviese defendiendo el lado conservador, mercantilista,
egocéntrico y decrépito de la producción, distribución y consumo de bienes culturales.
Es probable que yo haya interpretado mal las respuestas, pero en resumidas
cuentas eso es lo que entendí y que dicho sea de paso no me ofende para nada, aunque
me parece más bien que hay un prejuicio grande y que generaliza injustamente a
todos los que estamos investigando desde ámbitos académicos como si fuésemos
todos inflexibles y torpes con respecto a estos menesteres.
Ahora,
amén de insistir en que la discusión para mí no es entre la artificial
separación entre un ensayo académico y otro no académico, me interesa
reflexionar algunas cosas tanto sobre la escritura, la autoría y las formas e
implicaciones de escribir y representar la violencia.
En
primer lugar, la escritura que busca hacer descripciones o representaciones
culturares, sea desde el ámbito académico o fuera de éste, generalmente se
inscribe dentro de disputas de poder en distintos marcos institucionales,
entendidos como los ámbitos que acogen, sancionan, apoyan, publican, financian
y consumen aquello que se escribe. Me parece que hablar sobre violencia y hacer
representaciones de ella entra dentro de este gran conjunto especialmente si, como
pareciera obvio, tenemos una posición crítica ante ello, si justo lo hacemos como
una forma de denuncia, oposición, análisis, etcétera. Pero en el improbable
caso de que la posición de alguien fuese neutral (cosa más bien imposible
porque la neutralidad es también una posición ideológica, contrario a lo que
comúnmente se supone), es obvio que quien escribe para hacer representaciones
culturales aspira a tener interlocutores, a ser leído por otros y, por tanto,
también está sujeto a estas disputas de poder.
En
este sentido, para mí el tema no es la separación entre géneros académico y
literario porque en cuanto a la escritura de descripciones culturales, ambos
están igualmente circunscritos dentro de procesos históricos y también
lingüísticos y eso importa mucho más que el espacio formal desde donde se
escribe. Ambos géneros se pueden intercalar y más aún se pueden influir el uno
a otro, nos guste o no, y en esa mezcla, escribir descripciones culturales
implica una permanente experimentación más que una división tajante y
anquilosada. Al menos esto ocurre y está absolutamente admitido desde hace ya
mucho tiempo en el campo antropológico. Creo que el dilema nada tiene que ver
con las formas ni con los estatutos de cada género, sino con los temas, las
intenciones y en última instancia con la dimensión ética implícita en el
ejercicio de escribir sobre representaciones culturales.
Sabemos
que no existen representaciones culturales transparentes, que éstas tienen un
cierto grado de invención aún en el ámbito académico y eso la antropología lo
sabe bien, como también hace tiempo sabe que no existe la autoría
incuestionable. Todo trabajo que transite en los caminos de la descripción y la
exposición de ¿aspectos, problemas? de la “realidad” social, cultural, política,
etc. (o todo eso revuelto) sin la intención de hacer ficción (es decir, que no
es una obra exclusivamente imaginaria o algo así), planteará siempre una verdad
parcial o relativa pero eso no significa que no aspire a presentar un cuadro veraz
o por lo menos fiel al propio horizonte de verdad y ética de su autor. Este
tipo de trabajos (no importa desde qué ámbito se hagan) supone la descripción
de procesos culturales más que sólo momentos o imágenes a partir de un diálogo
entre disciplinas (entre ciencia y arte, por ejemplo), porque todos sabemos que
la cultura no es un objeto sino justamente un proceso colectivo.
De
modo que escribir sobre representaciones culturales es más que un acto
literario, es más que escribir bien o desarrollar un estilo propio: al hacerlo
se altera la forma de mostrar los fenómenos, es decir, se puede hacerlo en
función de los intereses de quien escribe (independientemente del estatus
supuestamente superior que tenga un estético escrito literario por encima de un
aburrido y vulgar escrito académico o científico). Suena obvio y nada
sorprendente, pero si pensamos en la posibilidad que se tiene disolver hechos,
desaparecer nombres o minimizar atrocidades las cosas toman otro cariz. Y
justamente volviendo al ensayo de Azahua, me parece que la autora sabe bien
esto último porque es, según entiendo, el leitmotiv de su obra: mostrar el
rostro y darle voz a los involuntariamente retratados. Más allá de la vocación
literaria o no de un ensayo, como ya he dicho, se escribe desde un contexto y
apelando explícita o implícitamente a una posición política porque la autoría
es al mismo tiempo autoridad para representar realidades culturales con todo y
las inequidades y disputas existentes. Más aún si el ensayo habla sobre temas
que afectan de manera tan profunda a mucha gente, como lo es la violencia.
Lo
que observé en la parte sobre linchamientos en el trabajo de Azahua es que por
un lado, hubiera sido muy útil incluir –en el texto- las imágenes que está
describiendo, sobre todo si consideramos que es un trabajo de fotografía.
También me hubiera gustado, como ya dije, hallar en el texto o aunque fuese en
un pie de página algo más sobre el proyecto Without
Sanctuary[1]
que es de donde, según la bibliografía incluida al final del texto, es de donde
la autora obtuvo las fotos que describe. Este proyecto, además de tener una página
web que aloja la recopilación de fotografías históricas de linchamientos hecha
por James Allen durante más de 25 años y a partir de la cual se generó también
un libro y una película. Como vemos, este trabajo no es un compendio
cualquiera, sino que hay mucho tiempo y mucho esfuerzo detrás, igual que lo hay
en varias obras –tanto líricas como académicas- sobre un tema tan sensible para
millones de personas descendientes de población africana llegada a Estados Unidos
en calidad de esclavos y sometida por siglos a un amplísimo repertorio de
violencias. Tan sólo por mencionar un detalle: uno de los autores de los textos
del libro, Hilton Als, es un escritor y crítico de teatro que escribe en la
prestigiosa revista The New Yorker y,
como era de suponerse, es negro. Omitir mencionar esto no parece algo grave,
pero no es precisamente lo que se espera de un texto que pretende mostrar el
rostro y dar voz a las víctimas. Y que quede claro que esta inquietud no es un
tema de comillas, ni de autorías en sentido de reforzar una posición anacrónica
y burguesa, sino de elemental congruencia: quienes hicieron este proyecto son
personas cuyo pasado, cuya historia está directa o indirectamente ligada a esas
atrocidades, es decir, son también, en algún grado, víctimas que merecerían una
mención más allá de la bibliografía.
Cuando
escribimos para representar culturalmente también traducimos realidades y verdades,
que nunca son totales, que son precisamente construidas a partir de un complejo
proceso lingüístico y de poder donde tocamos (modificamos, removemos, transfiguramos,
exaltamos, sometemos, etcétera) a los sujetos que protagonizan esas
representaciones. Lo más tristemente común es que estas personas nunca lo
sepan, nunca se enteren de qué manera en que fueron retratados, la manera en la
que fueron traducidos, la manera en la que su voz, su trabajo, su autoría, en
última instancia, fue matizada, acomodada, domesticada. ¿Por qué sí estamos
dispuestos a “dar crédito”, a “dar voz” a ciertos actores-productores-creadores
y a otros no tanto o, en todo caso y por disparatado que suene, por qué cuando
se cuestiona la defensa de la autoría todavía se firma un ensayo? ¿Señalar o
cuestionar las omisiones de las referencias de los trabajos usados para
escribir un ensayo implica defender una idea caduca y burguesa de autor-autoría
o es apelar al reconocimiento y defensa del trabajo colectivo? En la
antropología sabemos bien que esta idea del ambicioso científico social que no
devuelve nada a cambio de todo lo que obtiene de sus sujetos investigados es
algo éticamente reprobable y algo que por fortuna está siendo desplazado por
los trabajos hechos por quienes tradicionalmente eran los sujetos investigados,
por todos esos otros sin nombre, sin
voz y sin rostro. La antropología hace tiempo que ya no puede hablar delos
otros con autoridad automática, de esos otros “primitivos”, “no letrados” y “sin
historia”, es decir, los discursos-la escritura y sus especificidades que no
pueden omitirse: quién habla, quién escribe, cuándo y dónde lo hace, con quién
y para quién, el contexto histórico y las relaciones de poder, pero más
importante aún, que estos discursos-escritos están en disputa, se pueden
confrontar y, en ese sentido, se asume que el diálogo y la interpelación no es
una concesión sino una condición. La voz de los “informantes” (para mí un
término odioso que ya debería haber sido desterrado de la antropología) ya no
admite ser entrecomillada o parafraseada porque la relación tiene que ser
dialógica y la autoría ya no puede ser monofónica.
¿Y
qué tiene esto que ver con el ensayo en su variante literaria o lírica? Pues a
ciencia cierta, no lo sé, aunque creo que de algún modo son asuntos que nos
atañen a todos quienes escribimos sobre contenidos culturales en un sentido no
ficticio y más para quienes nos dedicamos a temas tan delicados y dolorosos
como la violencia. Pero lo que sí sé es que todas estas inquietudes no tenían
que ver con un amor por las comillas o con una vocación perseguidora o censora
del formato de los ensayos, sino con la reflexión acerca de la autoría y cómo
no se trata de negarla sino precisamente de ampliarla, de reconocer la
dimensión colectiva que tiene, de la necesidad de identificar los “nosotros”
implícitos en ella, de reconocer las exclusiones y las ausencias y corregirlas.
Otra vez, la cultura no es un objeto ni un cuerpo homogéneo de símbolos y
significados sujetos a interpretaciones definitivas, sino un proceso temporal y
emergente que siempre está en disputa, siempre está siendo cuestionada. La
cultura constantemente construye otredades a partir de exclusiones específicas
y así como discursos y prácticas y las representaciones culturales que
escribimos no pueden no ser debatidas.
También
habría que discutir el perfil y el papel del lector, en última instancia.
¿Estamos pensando que nuestros lectores son nuestros cómplices y, en ese sentido,
tienen que ser pasivos, que no se debe o es imposible establecer un diálogo con
ellos? ¿Cuáles son las expectativas de quienes se acercan a leer un ensayo como
Retrato involuntario, qué esperan
hallar? En mi caso, yo me aproximé no sólo porque siempre tengo la esperanza no
sólo de la posibilidad de conversar con el texto, sino también de encontrar
referencias útiles. Probablemente mi error fue no llegar prejuiciada, sin que
me determinara el hecho de esta artificial separación entre ensayo libre y
ensayo académico. Especialmente decidí ser lectora por mi interés en el tema de
la violencia que no sé si merezca o no un trato especial, pero que al menos a
mí sí me obliga a pensar en qué nos importa cuando hablamos de violencia, para
qué hablamos de ella, cuál es la necesidad o el interés. En ese sentido, y por
ser alguien que trabaja el tema, retomo algunas de las cuestiones básicas
planteadas en la introducción a la ya clásica antología sobre violencia
compilada por Nancy Scheper-Hughes y Philippe Bourgois (que por cierto está
incluida en la bibliografía de Retrato involuntario):
¿Se puede omitir o relativizar a quienes reportan o investigan sobre
violencia?, ¿de qué modo se establece el compromiso ético y político a la hora de
narrar la violencia? Cada quién sabrá responder a esto. Yo cerraré esta larga
explicación con un fragmento de lo dicho por estos autores, que suscribo, y que
resume mi posición al respecto:
“Anthropologists who make their living observing and recording the misery of the world have a special obligation to reflect critically on the impact of the brutal images of human suffering that they foist on the public…The texts and images we present to the world are often profoundly disturbing. When we report and write in an intimate way about scenes of violence, our readers have the right to react with anger and to ask just what we are after (afterall)? Indeed what do we want from our audience? To shock? To evoke pity? To create new forms of totalizing narrative through an ‘aesthetic’ of misery? What of the people whose suffering is being made into a public spectacle for the sake of the theoretical argument? …
Those for whom the representation of hunger, misery, and violence is central to their life’s work, need to continually resensitize their audiences as well as themselves to the state of emergency in which we live. To do so we must locate the proper distance from our subjects. Not so distant as to objectify their suffering, and not so close that we turn the sufferer into an object of pity, contempt, or public spectacle. We need to avoid aestheticization of misery as much as a discent into political rhetoric and polemics.
There is no appropriate distance to take from our subjects during torture, lynching, or rape. What kinds of participant-observation, what sort of eye-witnessing are adequate to scenes of genocide and its aftermath, or even to structural violence and genocide?”[2]
[2] Violence in War and Peace: An Anthology, eds. Nancy
Scheper-Hughes and Philippe Bourgois. Malden:
Blackwell Publishing, 2004. p. 26.
viernes, 18 de octubre de 2013
Sobre el asunto Tepito-CNTE
A propósito de este tuit https://twitter.com/VILLALVAZO13/status/390976667067244545 … y sobre opiniones que sugieren que el ataque en Tepito hacia la CNTE es "natural":
1 . En México y especialmente en el D.F., lo común no es que ocurran brotes de violencia por supuesto "hartazgo social".
2. Con base en los datos sobre un tipo de violencia colectiva (específicamente linchamientos), es bajísima la incidencia por intolerancia.
3. La violencia colectiva es un proceso con diversas fases, que puede ocurrir en dif. contextos y cometida por diversos tipos de actores.
4. Es cierto que hay varios antecedentes de actos de violencia colectiva en Tepito, pero ninguno de éstos ha ocurrido por intolerancia.
5. Generalmente, en Tepito esos actos son más una forma de autodefensa momentánea (por lo que consideran abuso de autoridad) o...
6. ...cuando atrapan a ladrones que han afectado a sus clientes, pero justo en el momento.
7. También ha habido disturbios surgidos a partir de rumores de secuestro o desaparición de niños, por ejemplo.
8. Llama la atención que nunca han reaccionado así ante otro tipo de manifestaciones (por ejemplo, los meses de plantón en 2006).
9. A reserva de que se haga la investigación periodística y/o etnográfica del suceso de hoy, no se puede sostener su supuesta legitimidad.
10. Pero sí tenemos evidencias históricas y también recientes de tácticas oficiales para desprestigiar protesta y linchar a la CNTE.
11. Cada quien saque sus conclusiones. Pero, con base en investigación cuantitativa y cualitativa en linchamientos, dudo de su "naturalidad".
Este asunto da para mucho más. Estos fueron sólo unos cuantos apuntes al vuelo el mismo día que ocurrió el hecho (jueves por la noche)
El viernes sale una nota de los comerciantes del barrio deslindándose de la agresión http://revoluciontrespuntocero.com/pulsociudadano/barrio-de-tepito-no-agredio-a-maestros/ …
1 . En México y especialmente en el D.F., lo común no es que ocurran brotes de violencia por supuesto "hartazgo social".
2. Con base en los datos sobre un tipo de violencia colectiva (específicamente linchamientos), es bajísima la incidencia por intolerancia.
3. La violencia colectiva es un proceso con diversas fases, que puede ocurrir en dif. contextos y cometida por diversos tipos de actores.
4. Es cierto que hay varios antecedentes de actos de violencia colectiva en Tepito, pero ninguno de éstos ha ocurrido por intolerancia.
5. Generalmente, en Tepito esos actos son más una forma de autodefensa momentánea (por lo que consideran abuso de autoridad) o...
6. ...cuando atrapan a ladrones que han afectado a sus clientes, pero justo en el momento.
7. También ha habido disturbios surgidos a partir de rumores de secuestro o desaparición de niños, por ejemplo.
8. Llama la atención que nunca han reaccionado así ante otro tipo de manifestaciones (por ejemplo, los meses de plantón en 2006).
9. A reserva de que se haga la investigación periodística y/o etnográfica del suceso de hoy, no se puede sostener su supuesta legitimidad.
10. Pero sí tenemos evidencias históricas y también recientes de tácticas oficiales para desprestigiar protesta y linchar a la CNTE.
11. Cada quien saque sus conclusiones. Pero, con base en investigación cuantitativa y cualitativa en linchamientos, dudo de su "naturalidad".
Este asunto da para mucho más. Estos fueron sólo unos cuantos apuntes al vuelo el mismo día que ocurrió el hecho (jueves por la noche)
El viernes sale una nota de los comerciantes del barrio deslindándose de la agresión http://revoluciontrespuntocero.com/pulsociudadano/barrio-de-tepito-no-agredio-a-maestros/ …
miércoles, 13 de febrero de 2013
A propósito de la justicia por mano propia
En
días recientes, hemos visto cómo varias comunidades en el estado de Guerrero y otros estados se han organizado para ejercer una forma de justicia por mano propia,
especialmente por la noticia de que en el municipio de Ayutla de los Libres, la
comunidad se armó y formó una policía comunitaria y llevó a cabo, días después,
un juicio popular en contra de los supuestos delincuentes que mantiene
retenidos desde hace días.
A
partir de lo sucedido en Ayutla, la discusión acerca de la justicia por mano
propia no se ha hecho esperar. El tema, de por sí polémico, provoca reacciones
inmediatas y generalmente en contra de lo que es consecuencia
de una serie de problemas de diversa índole, especialmente en la incapacidad del Estado para garantizar seguridad y justicia a sus gobernados.
En
este breve texto me propongo exponer algunas consideraciones generales sobre la
justicia por mano propia en México, con el fin de aportar algunas claves
básicas para la comprensión general del fenómeno. En especial, me interesa
dejar en claro que existen diversas formas en las que la justicia por mano
propia se expresa y que no todas son iguales ni pueden juzgarse de la misma
manera, a pesar de que compartan una serie de rasgos comunes. Pese a que el término "justicia por mano propia" es usado de manera peyorativa, para mí es un concepto descriptivo y real, más allá de las connotaciones negativas que desde el discurso oficial y mediático se le da.
1. Justicia por mano propia se refiere a una diversidad de recursos a partir de los cuales un colectivo decide ejercer acciones para castigar, reparar, etc. un delito supuesta o realmente cometido o de manera preventiva como defensa en un contexto de inseguridad y delincuencia.
2. Desde el punto de vista del derecho estatal,
la justicia por mano propia es el abandono o la abolición del proceso a partir
del cual se respetan las garantías del acusado, el debido proceso y la
sentencia, en tanto “atributos legales y legítimos” de la aplicación de
justicia. Pero hay que mencionar que además del derecho estatal, existen otros sistemas normativos
que coexisten junto con el primero. Los pueblos indígenas, por ejemplo,tienen sistemas normativos propios. Sin embargo, muchas veces el concepto de justicia por mano
propia se usa erróneamente para referirse peyorativamente o caracterizar dichas prácticas jurídicas no estatales.
3. Sin embargo, en situaciones de creciente violencia e inseguridad, y más en países como México donde la impunidad es lo que impera, la justicia por mano propia se ha convertido en un recurso a partir del cual un colectivo intenta cumplir con una de las funciones primordiales del Estado, entre otras, que es garantizar la seguridad de sus ciudadanos.
4. Me he referido a que son colectivos los
actores que recurren al ejercicio de la justicia por mano propia porque los
casos de venganza, defensa o ataque cometidos entre individuos particulares
son, en teoría, juzgados por el derecho estatal vía un código penal, aunque bien sabemos que, en
la práctica, el alto grado de impunidad en México impide, en la
mayoría de los casos, que los culpables paguen por el delito cometido. En este
país, la “justicia” es posible en función de la cantidad de recursos económicos
e/o influencias para corromper cada engranaje del sistema judicial. Pero ese es
otro tema.3. Sin embargo, en situaciones de creciente violencia e inseguridad, y más en países como México donde la impunidad es lo que impera, la justicia por mano propia se ha convertido en un recurso a partir del cual un colectivo intenta cumplir con una de las funciones primordiales del Estado, entre otras, que es garantizar la seguridad de sus ciudadanos.
5. Como he dicho, la justicia por mano propia se expresa de varias formas que comparten elementos comunes pero que tienen claras diferencias. Asimismo, además de resaltar la diversidad de formas, cualquier caso de justicia por mano propia requiere ser analizado a partir del contexto en el que ocurre: contexto histórico, social, político, etc. No es lo mismo una comunidad indígena, un rural o semirural, una colonia de la periferia urbana, etc. Es decir, que el fenómeno de justicia por mano propia debe ser analizado desde un enfoque que sea capaz de establecer las relaciones entre lo local, lo nacional e incluso lo global.
6. En especial, me interesa precisar algo fundamental: la justicia por mano propia, a pesar de ser un desafío al sistema normativo dominante y en ese sentido sea ilegal (pero no necesariamente ilegítimo), no necesariamente deviene en un ejercicio de violencia extrema. Cierto es que cada forma de justicia por mano propia despliega cierto grado de violencia específica y temporal pero sólo los linchamientos son casos de violencia colectiva extrema.
7. Voy a retomar sólo tres formas de justicia por mano propia en México para explicar sus elementos comunes y resaltar sus diferencias: policía comunitaria, brigadas de autodefensa y el linchamiento, utilizando casos actuales o más o menos recientes.
La policía comunitaria es una forma de organización
colectiva que lleva a cabo acciones de seguridad y justicia, con base en la
enseñanza-aprendizaje-reforzamiento de respeto, prevención y reparación del
daño. En el estado de Guerrero, la Policía Comunitaria (PC) tiene 17 años de
existencia y es una experiencia sumamente exitosa al respecto. Organizada con
base en los acuerdos que se toman en la Coordinadora Regional de Autoridades
Comunitarias (CRAC), abarca 73 comunidades de los pueblos indígenas Mixteco y
Tlapaneco, más algunas de las regiones de la Costa Chica, Costa Montaña y
Montaña de Guerrero.
La PC es un ejemplo de la construcción de seguridad
y justicia en los llamados “márgenes” del Estado y por ello, es un fenómeno
jurídico que debe ser entendido tomando en consideración las características y
transformaciones que ha sufrido el Estado durante la globalización: el “margen”
describe las áreas lejanas del centro de la soberanía estatal donde esos mismos
Estados son incapaces de garantizar la implementación de sus programas y
políticas (Das, Poole 2004). Sin entrar en detalles acerca del debate acerca de
las fallas, los límites y los alcances del Estado, no se puede negar la
relación que existe entre la desatención y la negligencia de los distintos
niveles de gobierno y sus consecuencias.
b) Brigadas de autodefensa.
También en Guerrero, en el municipio de Ayutla de
los Libres, así como en algunos municipios del estado de Oaxaca (Santos Reyes
Nopala, entre otros) y también incluso en comunidades del Estado de México
(Amatepec y Tlatlaya), en los días recientes nos hemos enterado que los
colectivos de esos lugares han decidido constituir brigadas de autodefensa, que
son cuerpos de seguridad constituidos por los propios habitantes (que se han
autonombrado como policía, pero que aún no tienen ni el tiempo ni la
experiencia que tiene la PC de Guerrero, por ejemplo, aunque ello no signifique
que no puedan llegar a fortalecerse y ser también un referente, pero eso es
imposible de saber.). Asimismo, algunas de estas comunidades, una vez que han
detenido a los sospechosos, han organizado juicios populares en los que
comunitariamente se delibera acerca de los delitos que supuestamente cometió el
detenido y se decide si la comunidad lo mantiene retenido o si se entrega a las
autoridades formales para que siga un proceso dentro de la justicia estatal.
Cabe señalar que, hasta donde tengo entendido, en
ninguno de los casos recientes, se ha atentado de manera violenta en contra de
los detenidos. No estoy justificando ni valorando positiva o negativamente a
las brigadas y los juicios, pero sí estoy enfatizando que se ha respetado la
integridad de las personas sospechosas o culpables, contrario a lo que ocurre comúnmente
en las detenciones legales donde casi siempre se violenta físicamente a los
detenidos.
En el estado de Oaxaca, un porcentaje importante de
los municipios son indígenas y/o se rigen bajo el sistema de Usos y Costumbres
reconocido formalmente por la Constitución de ese estado. Así, en muchos de
estos municipios, existen de por sí policías que son de hecho una suerte de
policía comunitaria, constituida por los propios habitantes. Ahora, que en este
momento algunos de estos municipios estén proclamando su derecho a establecer una
“policía comunitaria” es un asunto que, lejos de ser resuelto en este breve
texto, habría que analizar con mucho más detalle, habida cuenta de que Oaxaca
(como Chiapas y otros estados con un gran número de población indígena), ha
sido históricamente escenario de la permanente tensión entre los pueblos
indígenas y el Estado por el reconocimiento de los derechos de los primeros.
Esto ha derivado en un repertorio muy variado de formas a partir de las cuales
el régimen siempre busca dividir, cooptar, infiltrar, debilitar, deslegitimar,
etc. todo esfuerzo organizativo y de resistencia de los pueblos indígenas.
c) Linchamientos.
Los linchamientos son
actos de justicia por mano propia que derivan en un episodio de violencia
colectiva desbordada en la que la víctima o las víctimas son agredidas físicamente
por una turba, a partir de que el colectivo asume que los inculpados cometieron
un delito, no importa si esto es verdad o no. Sea a partir de un rumor o sea a
partir de que se descubrió a las víctimas en flagrancia, el hecho es que un
linchamiento, como todo acto de violencia colectiva, es un proceso que
atraviesa por diversas fases que, a simple vista, no siempre están claras. Es
decir, hay un antes, un durante y un después del estallido y desborde de
violencia y, al igual que en los dos ejemplos anteriores sobre justicia por
mano propia, el linchamiento debe ser analizado en su respectivo contexto
social, político, cultural, etc. Es necesario además decir que no en todo
linchamiento, por extraño que pueda parecer, el colectivo tiene como propósito
explícito matar a la víctima. Entre el uso del castigo físico como escarmiento
y el eventual el desbordamiento de la masa que deriva en el asesinato, hay una
brecha en la que la violencia puede no llegar a ser fatal y que depende de una
serie de factores muy específicos (que dependen de la intervención o no de la
autoridad legal, de las autoridades locales, de si hay posibilidad de diálogo y
negociación, y un largo etc.).
Todos nos hemos
enterado de algún caso de intento de linchamiento o de linchamiento consumado
(es decir, aquel en el que la víctima muere a consecuencia de la violencia), ya
sea los sonados casos de San Juan Ixtayopan en 2004 o de Chalco en 2012, pero
el fenómeno ha adquirido una creciente relevancia mediática y todo parece
indicar que se han incrementado los casos en los años recientes. Durante este
tiempo, la opinión acerca de los linchamientos por parte de la gente común, por
ejemplo, la quienes dejan comentarios en las notas en línea de los periódicos,
también ha ido cambiando a lo largo de estos años y ha pasado de una condena
unánime a una variación considerable donde hay gente que los justifica “porque
qué bueno que no se dejaron, estamos hartos de la delincuencia y de que nunca
se castigue a los responsables” y comentarios similares.
Desafortunadamente, muy
pocas veces se analiza el fenómeno de manera profunda y hay una tendencia a
reducir los linchamientos a “actos de barbarie”, generalmente reproduciendo
estigmas y discriminación en contra de las comunidades donde ocurren, y no como
una consecuencia, por cruda que sea, del mismo problema que subyace en todo caso
de justicia por mano propia: abandono de la autoridad, impunidad, injusticia,
violencia estructural o real, etc. Nadie, en su sano juicio, avala el uso de la
violencia per se, y sin negar que los linchamientos son una violación a los
derechos humanos, lo cierto es que si queremos prevenir el fenómeno debemos hacer
un esfuerzo considerable por analizarlo con más cuidado.
-o-
He
intentado exponer, de manera muy sintética, algunas de las diferencias y
algunas matizadas similitudes que hay entre estas tres formas (que no las
únicas) de justicia por mano propia. El objetivo es contribuir a la mejor
comprensión de este fenómeno y, en especial, para que se entienda también más
ampliamente quiénes son los colectivos que recurren a estas prácticas, sus características
y dinámicas sociales propias, sus conflictos y sus problemas.
Uno de los principales elementos comunes a estas tres variantes, en este momento en México, es que ocurren en contextos en donde los actores que despliegan la justicia por mano propia, mantienen y reproducen cotidianamente formas colectivas de organización y deliberación a nivel social, político, cultural, económico, etc. En muchos de estos pueblos y comunidades, existen formas más o menos acabadas, de prácticas jurídicas no estatales, que a veces salen a relucir durante estos procesos de justicia por mano propia, pero no necesariamente, es decir, como lo mencioné antes, no es que sistema normativo tradicional y justicia por mano propia sean sinónimos.
Uno de los principales elementos comunes a estas tres variantes, en este momento en México, es que ocurren en contextos en donde los actores que despliegan la justicia por mano propia, mantienen y reproducen cotidianamente formas colectivas de organización y deliberación a nivel social, político, cultural, económico, etc. En muchos de estos pueblos y comunidades, existen formas más o menos acabadas, de prácticas jurídicas no estatales, que a veces salen a relucir durante estos procesos de justicia por mano propia, pero no necesariamente, es decir, como lo mencioné antes, no es que sistema normativo tradicional y justicia por mano propia sean sinónimos.
Considero
que las diversas formas de justicia por mano propia que estamos viendo hoy en
México son parte de un fenómeno más amplio e importante de prácticas de
justicia emergentes como respuesta a un contexto de creciente violencia e inseguridad y que
evidentemente son una consecuencia, entre otras, del alto grado de impunidad
que vivimos. Sin embargo, la impunidad, aún tan brutal como la padecemos, no es
la única razón que explica este fenómeno.
Las transformaciones
que ha sufrido el Estado en las décadas recientes han provocado la desaparición
o el debilitamiento paulatino de sus estructuras básicas (sean aparatos
burocrático-administrativos, sean políticas públicas y programas, sea la
capacidad de gobernar, etc.), es decir, que hay un abandono sistemático de sus
funciones básicas, en especial, la de garantizar no sólo la seguridad de sus
ciudadanos y, aunque ya sea un cliché, mantener el monopolio de la violencia
legítima (a lo que yo diría: de la violencia legal, tan sólo). El sistema
judicial presenta, además, una paradójica situación: ha sido sometido a una serie
de reformas para hacerlo “más eficiente” y sin embargo, por todos lados brotan
tanto los ejemplos de justicia por mano propia a los que nos referimos, como
los espacios grises donde cunde la para-legalidad, es decir, donde se
entremezclan, conviven y se complementan la legalidad y la ilegalidad y que es
la zona donde se genera y reproducen todas las formas de criminalidad a gran
escala que hoy dominan los más importantes flujos de capital a nivel
planetario.
En ese sentido, reitero
la necesidad de analizar el fenómeno de la justicia por mano propia en función
siempre de los contextos específicos en donde ocurre y no por un prurito
antropológico o meramente anecdótico, sino porque hay un riesgo de que, en un
momento como el que vivimos en México, estas experiencias sean el pretexto para
la emergencia de grupos o situaciones que, como nosotros bien sabemos, son
auspiciadas desde el régimen, como estrategia tanto para desestabilizar,
generar zozobra y miedo, justificar represiones, etc. tanto como para
deslegitimar los casos exitosos de autogestión y resistencia comunitaria. Si
las estrategias gubernamentales para “combatir” al crimen organizado por ningún
lado están dando resultado y más bien pareciera que, sea por omisión o por
franca intención, se pretende alargar indefinidamente la situación de violencia
permanente, cabe preguntarse críticamente siempre a quiénes y para qué conviene
todo ello.
Elisa Godínez Pérez
Distrito Federal, 14 de febrero de 2013.
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